-El invierno es perfecto para enamorarse.
-¿Esa no era la primavera?
-¿De verdad crees que tenemos primavera? Solo tenemos frío, calor y un par de meses extraños en los que cada día es una sorpresa.
-Pero igual hay una época en la que las flores... florecen. ¿No?
-Sí, pero...
-Y otra en la que las hojas se secan y se caen y te la pasas pisándolas para escuchar el crujir, ¿no?
-Sí...
-Entonces hay primavera y otoño.
La mira de reojo antes de replicar.
-Pero ese no es el punto. Ni las flores ni las hojas secas hacen que una estación sea perfecta para enamorarse.
-¿Entonces qué?
Levanta la mirada hacia el horizonte borroso, hacia el malecón al final de la avenida por la que caminan, desde donde van a poder ver el mar, y se llena los ojos de frío.
-La niebla.
3.16.2017
The Crows
Un lazo de cuerda cae al piso, al lado de las pezuñas de un joven ciervo. El animalillo mira la cuerda, levanta la vista hacia quien la lanzó, ladea la cabeza hacia un lado, y, en medio segundo, ha desaparecido entre el follaje y las sombras de la noche.
Una joven mujer, sobre un caballo, suspira a lo lejos. Ríe antes de hablar.
-Eres una vergüenza para nuestro Señor, Balthazar.
Balthazar, tan joven y bello como su acompañante, jala el lazo de vuelta a sus manos.
-Nuestro Señor, déjame recordarte, Amelia, valora más la instrucción que la burla.
-Nuestro Señor también valora el postre, el cual no tendremos esta noche. -Vuelve a soltar una risita- Pero no te preocupes, yo atraparé uno por ti. Solo porque es tu cumpleaños.
Balthazar sonríe y pone los ojos en blanco antes de entregarle el lazo.
La caza siempre es divertida, ya sea que la presa sean humanos o ciervos. Claro que cada una requiere de un método distinto.
Los humanos, al ser criaturas sociales, deben de ser cazados socialmente. Balthazar suele ir a uno de los bares más concurridos de la ciudad y le compra un trago a la chica más insegura de la noche. Ella piensa, lo analiza, su sexto sentido le dice que algo no está bien con él. Pero nunca le habían comprado un trago; mucho menos alguien tan apuesto como él. Sabe que puede no estar bien, pero ella quiere que esté bien, así que se acerca y logra ver su sonrisa de éxito. Balthazar se relame los labios mentalmente. Ella hace su mejor intento de una sonrisa sexy y ambos ríen. "Se suponía que eso fuera sexy, ¿verdad?". Ella se ruboriza. La verdad es que ese comentario le ha molestado, pero no quiere alejarse del apuesto extraño. No puede. "Sí, supongo que sí". Balthazar la mira como si estuviera descubriendo algo maravilloso en sus ojos; ha practicado tanto esa mirada que a veces hasta confunde a Amelia con ella. La chica desvía la mirada, se siente incómoda y alabada al mismo tiempo, es como si tuviera chispasos eléctricos en la cabeza. Mira a su alrededor buscando qué hacer o qué decir, pero, justo cuando se le ha ocurrido la frase más ingeniosa de su vida, el extraño ya va camino a la puerta. Y, antes de salir, la mira por sobre el hombro con la misma sonrisa de antes. Ella lo sigue.
Al día siguiente, la chica despierta en su cuarto, completamente vestida y sin ningún daño aparente. A excepción de dos pequeñísimas cicatrices en el cuello, que al cabo de un par de horas más habrán desaparecido por completo. ¿El extraño de la noche anterior? Olvidado.
Los ciervos, por otro lado, requieren olfato, sigilo y velocidad. Amelia se baja de su caballo a una distancia prudente y deja que su nariz la guíe a la ubicación exacta del animal. Una vez ubicado, mide cada paso y evita tocar siquiera una sola hoja. Afortunadamente, el sonido de la respiración no es un problema para los vástagos. El lazo corta el aire nocturno y atrapa al ciervo. Amelia muestra una sonrisa arrogante.
-Así se hace, hermanito.
En la mesa, los ojos suplicantes del ciervo están fijos en los de Balthazar. Amelia intenta hacer conversación para distraerlo, pero finalmente admite lo evidente.
-Aún les tienes lástima, ¿verdad?
-Es diferente. Ellos sí... mueren.
-Has estado treinta años con nosotros, Balthazar...
-Y tú solo has estado 43 años conmigo, Amelia -interrumpe Eloy, el Señor de ambos. A pesar de su posición por sobre los dos chiquillos, solo aparenta unos cinco años más que ellos. Fue convertido alrededor de sus treinta años, y ha mantenido esa apariencia durante los doscientos siete siguientes-. No eres exactamente la más adecuada para criticar la juventud de Balthazar. Balthazar, el ciervo no tiene que morir. -Mira a cada joven- Solo un trago cada uno.
-Solo porque es su cumpleaños...
Balthazar sonríe. Sabe que Amelia lo quiere lo suficiente como para hacer caso aunque no estuvieran celebrando.
Poco después, los tres vástagos van a la puerta de la mansión a liberar al ciervo, que corre aterrado en el instante en el que sus patas tocan el pasto. Los tres lo admiran mientras se aleja. Sienten la misma mezcla de fascinación y melaconlía por la vida. Reconocerse muerto trae consigo una sensación extraña que nunca terminan de aceptar; solo pueden acostumbrarse a ella. Lentas memorias de la vida, del sol, comienzan a llegar a sus mentes, pero se disipan inesperadamente por un mensajero.
-Se encuentra en la propiedad de Eloy Ackard. Identifíquese ahora mismo.
El mensajero viene a pie, con prendas de cuero ceñidas y una capucha negra que desliza hacia atrás, revelando su rostro pálido y el largo cabello plateado que lo enmarca.
-Así que era cierto que el señor se compró una mansión.
-¡Rowen!
Eloy ha abrazado antes a sus chiquillos, pero verlo abrazando a alguien es, aún así, extraño para ambos. Rowen suelta a su viejo amigo y mira a los jóvenes.
-Y dos chiquillos... Yo tengo uno. Tal vez se conozcan... Espero -la preocupación es evidente en su mirada-. Eloy, quisiera haber venido a traer buenas noticias, o al menos simplemente a conversar.
-Entiendo. Vamos adentro, viejo Cuervo.
-No tan viejo. Los Cuervos se reúnen, Eloy.
Los cuatro vástagos regresan al interior de la mansión.
-Nos reunimos.
Una joven mujer, sobre un caballo, suspira a lo lejos. Ríe antes de hablar.
-Eres una vergüenza para nuestro Señor, Balthazar.
Balthazar, tan joven y bello como su acompañante, jala el lazo de vuelta a sus manos.
-Nuestro Señor, déjame recordarte, Amelia, valora más la instrucción que la burla.
-Nuestro Señor también valora el postre, el cual no tendremos esta noche. -Vuelve a soltar una risita- Pero no te preocupes, yo atraparé uno por ti. Solo porque es tu cumpleaños.
Balthazar sonríe y pone los ojos en blanco antes de entregarle el lazo.
La caza siempre es divertida, ya sea que la presa sean humanos o ciervos. Claro que cada una requiere de un método distinto.
Los humanos, al ser criaturas sociales, deben de ser cazados socialmente. Balthazar suele ir a uno de los bares más concurridos de la ciudad y le compra un trago a la chica más insegura de la noche. Ella piensa, lo analiza, su sexto sentido le dice que algo no está bien con él. Pero nunca le habían comprado un trago; mucho menos alguien tan apuesto como él. Sabe que puede no estar bien, pero ella quiere que esté bien, así que se acerca y logra ver su sonrisa de éxito. Balthazar se relame los labios mentalmente. Ella hace su mejor intento de una sonrisa sexy y ambos ríen. "Se suponía que eso fuera sexy, ¿verdad?". Ella se ruboriza. La verdad es que ese comentario le ha molestado, pero no quiere alejarse del apuesto extraño. No puede. "Sí, supongo que sí". Balthazar la mira como si estuviera descubriendo algo maravilloso en sus ojos; ha practicado tanto esa mirada que a veces hasta confunde a Amelia con ella. La chica desvía la mirada, se siente incómoda y alabada al mismo tiempo, es como si tuviera chispasos eléctricos en la cabeza. Mira a su alrededor buscando qué hacer o qué decir, pero, justo cuando se le ha ocurrido la frase más ingeniosa de su vida, el extraño ya va camino a la puerta. Y, antes de salir, la mira por sobre el hombro con la misma sonrisa de antes. Ella lo sigue.
Al día siguiente, la chica despierta en su cuarto, completamente vestida y sin ningún daño aparente. A excepción de dos pequeñísimas cicatrices en el cuello, que al cabo de un par de horas más habrán desaparecido por completo. ¿El extraño de la noche anterior? Olvidado.
Los ciervos, por otro lado, requieren olfato, sigilo y velocidad. Amelia se baja de su caballo a una distancia prudente y deja que su nariz la guíe a la ubicación exacta del animal. Una vez ubicado, mide cada paso y evita tocar siquiera una sola hoja. Afortunadamente, el sonido de la respiración no es un problema para los vástagos. El lazo corta el aire nocturno y atrapa al ciervo. Amelia muestra una sonrisa arrogante.
-Así se hace, hermanito.
En la mesa, los ojos suplicantes del ciervo están fijos en los de Balthazar. Amelia intenta hacer conversación para distraerlo, pero finalmente admite lo evidente.
-Aún les tienes lástima, ¿verdad?
-Es diferente. Ellos sí... mueren.
-Has estado treinta años con nosotros, Balthazar...
-Y tú solo has estado 43 años conmigo, Amelia -interrumpe Eloy, el Señor de ambos. A pesar de su posición por sobre los dos chiquillos, solo aparenta unos cinco años más que ellos. Fue convertido alrededor de sus treinta años, y ha mantenido esa apariencia durante los doscientos siete siguientes-. No eres exactamente la más adecuada para criticar la juventud de Balthazar. Balthazar, el ciervo no tiene que morir. -Mira a cada joven- Solo un trago cada uno.
-Solo porque es su cumpleaños...
Balthazar sonríe. Sabe que Amelia lo quiere lo suficiente como para hacer caso aunque no estuvieran celebrando.
Poco después, los tres vástagos van a la puerta de la mansión a liberar al ciervo, que corre aterrado en el instante en el que sus patas tocan el pasto. Los tres lo admiran mientras se aleja. Sienten la misma mezcla de fascinación y melaconlía por la vida. Reconocerse muerto trae consigo una sensación extraña que nunca terminan de aceptar; solo pueden acostumbrarse a ella. Lentas memorias de la vida, del sol, comienzan a llegar a sus mentes, pero se disipan inesperadamente por un mensajero.
-Se encuentra en la propiedad de Eloy Ackard. Identifíquese ahora mismo.
El mensajero viene a pie, con prendas de cuero ceñidas y una capucha negra que desliza hacia atrás, revelando su rostro pálido y el largo cabello plateado que lo enmarca.
-Así que era cierto que el señor se compró una mansión.
-¡Rowen!
Eloy ha abrazado antes a sus chiquillos, pero verlo abrazando a alguien es, aún así, extraño para ambos. Rowen suelta a su viejo amigo y mira a los jóvenes.
-Y dos chiquillos... Yo tengo uno. Tal vez se conozcan... Espero -la preocupación es evidente en su mirada-. Eloy, quisiera haber venido a traer buenas noticias, o al menos simplemente a conversar.
-Entiendo. Vamos adentro, viejo Cuervo.
-No tan viejo. Los Cuervos se reúnen, Eloy.
Los cuatro vástagos regresan al interior de la mansión.
-Nos reunimos.
11.29.2016
You call me a stranger
La segunda vez que se encontraron fue poco después de que nuestro mundo hubiera acabado.
No corren. Correr sería muy obvio y ocasionaría que ellos también lo hagan. Es mejor intentar perderlos cuando aún creen que tienen el factor sorpresa de su lado.
Sin embargo, los cazadores son experimentados. No corren, correr sería muy fácil. Es más divertido atraparlos cuando creen que crees que aún tienes el factor sorpresa de tu lado. Y, la verdad, es que sí lo tenían: un factor sorpresa en cada posible ruta que los hubiera sacado de aquel bloque de edificios. Evidentemente, el único camino sin vigilancia sería el que los lleve al temido callejón sin salida.
A la joven familia de tres se les concede algunos segundos para admirar la pared que se eleva pocos metros frente a ellos. Entonces, los cazadores hacen su entrada lenta y confiada.
-Para darles algo de crédito, fuimos necesarios cuatro de nosotros para acorralarlos.
El padre, un joven atlético y completamente dispuesto a pelear, voltea con violencia, pero se encoge al ver el arma de fuego apuntando no hacia él, sino hacia el pequeño de tres o cuatro años, quien, a pesar de no comprender completamente, tiene una buena idea de lo que sucede a su alrededor: estos son tipos malos, como el Gobernador o Negan de The Walking Dead. El problema es que él no es Daryl, aunque le gustaría serlo en ese momento, ni mucho menos tiene una ballesta con la que hacer entrar en razón al grandísimo hijo de puta que apunta su arma hacia él, él, un niño de cuatro años. O tal vez tres.
La madre empuja a su hijo detrás de una pierna sin quitar la mirada desafiante del cazador con el arma. Una mirada muy parecida a la del pequeño, se da cuenta el cazador; la diferencia es que el niño no lo está desafiando, sino disparando ya, en su mente, la cuarta flecha de la ballesta. Sí, el niño de cuatro años.
-Guapos -dirigiéndose a los dos hombres detrás de él-, ocúpense uno de cada uno.
Los dos cazadores comienzan a amarrar las muñecas de los padres en sus espaldas. A medio nudo, los tres se dan cuenta:
-¿Dónde está el imbécil de...
El imbécil de su compañero (o simplemente su cuerpo) cae encima de él desde los cielos. Probablemente le rompe el cuello con el impacto, aunque nadie se siente con tiempo como para acercarse a comprobarlo. Los dos cazadores restantes desenfundan sus automáticas y apuntan hacia arriba, de donde cayó el imbécil muerto. Por otro lado, a sus espaldas, cae otro cuerpo, aunque este está vivo y definitivamente no es un imbécil. Llegamos a esta conclusión debido a que los muertos no apuñalan a un cazador de hombres en la nuca, y los imbéciles no saben cómo desarmar a un hombre que intenta dispararte con una automática, aunque tal vez podrían hacer la parte del apuñalamiento frontal.
Fueron diez segundos que el pequeño, para su mala suerte, no pudo ver gracias a la mano PG-13 de su madre. No es que no hubiera entendido qué pasaba, pero quería verlo. ¿Era justo que le dejaran ver The Walking Dead pero no esto? Al menos ahora podía ver a... No, no lo llamaría Daryl porque él quería ser Daryl, pero supuso que sería justo llamarlo... ¿Rick? La verdad era que el tipo que los había salvado no se parecía en nada a Rick: llevaba una bufanda azul a cuadros que le tapaba el rostro como a un bandolero, pero tenía los ojos jóvenes. Cansados, pero jóvenes.
Aquellos ojos sí los reconoció la madre.
El niño se soltó de su madre y se acercó a aquellos ojos cansados.
-¿Quién eres?
-Simón -interrumpe la madre-, él es...
-Soy un superhéroe.
Simón ríe.
-Los superhéroes no existen.
-Bueno, entonces solo un héroe.
-¿Cuál es tu nombre de héroe?
Los ojos cansados se posan pensativos por unos segundos en los del niño, encendidos de energía.
-Blue.
-¿Plu?
Arrugas de risa se forman alrededor de los ojos de Blue. Luego se dirigen hacia la madre y se acercan a ella.
-Acaba de descubrir que hay malas personas. Deja que sepa que también hay héroes.
Una vez más, sabe que quiere abrazarlo.
El padre lo mira como si hacerlo durante suficiente tiempo le fuera a permitir ver a través de la bufanda. Tiene una fuerte sospecha de quién es y se le ocurre cómo confirmarla.
-Gracias... Gracias también por las vacunas.
La voz de Blue al decir "de nada" suena como si viniera de una sonrisa. Se acerca al pequeño y se pone a su altura.
-Cuídalos por mí, Simón.
El niño de cuatro años sonríe y agita su mano para despedir a Blue mientras se aleja.
11.18.2016
You're like a black cat with a black back pack
"Why don't you just go fuck yourself?"
Ninguno de los dos quería oír eso. Ni de su propia boca ni de la del otro.
Es difícil seguir llamando amigo a uno que te trae de vuelta recuerdos enterrados. Es más difícil aún cuando esos recuerdos vienen caminando a tu puerta, tienen el cabello largo y oscuro, y su boca, seria, no logra evocar completamente el recuerdo de cuando sonreía. Casi lo tienes, casi puedes verla sonriéndote otra vez. Casi. En su lugar, te mira con el ceño imperceptiblemente fruncido. Esto también es algo que solía hacer antes; es la misma cara que ponía cuando se quedaba absorta en ti, intentando descifrar tu expresión, tus ojos perdidos, tu media sonrisa. ¿Qué intenta descifrar ahora?
Qué importa.
Finalmente, ella habla.
-Gracias por tu ayuda.
-De nada. Pasa.
Sientes que tu rostro quiere romper su expresión de piedra y mirar con ira a quien llamas amigo. Él te dice, desde una esquina de la habitación, que tú quisiste esto, que nadie te obligó, y que solo le ofreció la ayuda de ambos porque tú se lo dijiste. Después de todo, él es tú.
Contienes todo lo que quieres decirle a él, porque sabes lo raro que te verías hablándole a una pared vacía. No es que no lo hayas hecho, pero nunca frente a alguien más.
-Puedes sentarte. Voy a... buscarlo.
Desde el otro cuarto, mientras buscas lo que necesita, la escuchas tararear suavemente con los labios cerrados. Estás seguro de que la has escuchado cantar esa canción antes. No la recuerdas con exactitud, pero sabes que si la escucharas cantarla, reconocerías la letra inmediatamente.
Prolongas tu búsqueda a propósito para darle oportunidad a que lo haga, pero solo sigue tarareando. La frustración que ocasiona la falta de palabras solo se añade a todo lo que ya cargas en la mente.
Finalmente, en cuanto te ve volver con tres tubitos de vidrio en una mano, le es imposible contener una ligera sonrisa. Se vuelve hacia su cartera y la abre rápidamente. Al darte cuenta de lo que intenta hacer, te tragas toda tu ira, frustración y nostalgia.
-No. No es necesario.
Ella mira el interior de su cartera por dos segundos antes de voltear lentamente hacia ti. Ese ceño fruncido ha abandonado su rostro y ha dejado en su lugar la más natural expresión de gratitud.
-El mundo se está viniendo abajo... o está a punto de hacerlo. Lo último que necesitamos es egoísmo.
-Siempre decías que esto iba a pasar... ¿Cómo sabías?
-No lo sabía -ríes-, siempre bromeaba.
Ella ríe también. Cientas de imágenes pasadas de aquella misma sonrisa te golpean a la vez y tienes que luchar por mantenerte en ti.
-Escucha, no son antídotos. Una vez infectados, esto no va a servir de nada. Inyéctenselos lo más pronto posible. También ten en cuenta de que si bien esto los hace inmunes a... el virus, las infecciones comunes que puede ocasionar una herida aún son peligrosas. Más aún considerando todo lo que hay en la mordida de alguien... muerto.
Ella asiente varias veces durante tu explicación, como una niña atenta en el colegio. Sonríes, esta vez con ternura, y le entregas los tubitos.
-Gracias.
Sabes que quiere abrazarte con todas sus fuerzas. Sabes también que no lo hará. Pero te regala una gran sonrisa más que recordarás luego, cuando todas las otras cosas buenas de este mundo hayan quedado destruidas. Lo cual estás seguro de que será muy pronto.
Esperas varios segundos luego de que la puerta se cierra tras de ella antes de hablar.
-Eso fue difícil.
-Lo hiciste bien.
-Claro que lo hice... que lo hicimos bien. Ha pasado suficiente tiempo. Estamos perfectamente bien.
Apoyado en la pared, te mira con tu propia media sonrisa.
-Es hora de que nos vayamos también.
Te aseguras de que en tu mochila esté la caja con las vacunas restantes y una bufanda azul a cuadros. Aunque el viaje es largo, el resto de tu equipaje es ligero, pues, a estas alturas, la ciudad es una bomba de tiempo y tú tienes por lo menos dos destinos antes de salir de ella. Tu capacidad para moverte con rapidez va a ser esencial para salvar tu vida y las de los demás.
-Es hora.
Ninguno de los dos quería oír eso. Ni de su propia boca ni de la del otro.
Es difícil seguir llamando amigo a uno que te trae de vuelta recuerdos enterrados. Es más difícil aún cuando esos recuerdos vienen caminando a tu puerta, tienen el cabello largo y oscuro, y su boca, seria, no logra evocar completamente el recuerdo de cuando sonreía. Casi lo tienes, casi puedes verla sonriéndote otra vez. Casi. En su lugar, te mira con el ceño imperceptiblemente fruncido. Esto también es algo que solía hacer antes; es la misma cara que ponía cuando se quedaba absorta en ti, intentando descifrar tu expresión, tus ojos perdidos, tu media sonrisa. ¿Qué intenta descifrar ahora?
Qué importa.
Finalmente, ella habla.
-Gracias por tu ayuda.
-De nada. Pasa.
Sientes que tu rostro quiere romper su expresión de piedra y mirar con ira a quien llamas amigo. Él te dice, desde una esquina de la habitación, que tú quisiste esto, que nadie te obligó, y que solo le ofreció la ayuda de ambos porque tú se lo dijiste. Después de todo, él es tú.
Contienes todo lo que quieres decirle a él, porque sabes lo raro que te verías hablándole a una pared vacía. No es que no lo hayas hecho, pero nunca frente a alguien más.
-Puedes sentarte. Voy a... buscarlo.
Desde el otro cuarto, mientras buscas lo que necesita, la escuchas tararear suavemente con los labios cerrados. Estás seguro de que la has escuchado cantar esa canción antes. No la recuerdas con exactitud, pero sabes que si la escucharas cantarla, reconocerías la letra inmediatamente.
Prolongas tu búsqueda a propósito para darle oportunidad a que lo haga, pero solo sigue tarareando. La frustración que ocasiona la falta de palabras solo se añade a todo lo que ya cargas en la mente.
Finalmente, en cuanto te ve volver con tres tubitos de vidrio en una mano, le es imposible contener una ligera sonrisa. Se vuelve hacia su cartera y la abre rápidamente. Al darte cuenta de lo que intenta hacer, te tragas toda tu ira, frustración y nostalgia.
-No. No es necesario.
Ella mira el interior de su cartera por dos segundos antes de voltear lentamente hacia ti. Ese ceño fruncido ha abandonado su rostro y ha dejado en su lugar la más natural expresión de gratitud.
-El mundo se está viniendo abajo... o está a punto de hacerlo. Lo último que necesitamos es egoísmo.
-Siempre decías que esto iba a pasar... ¿Cómo sabías?
-No lo sabía -ríes-, siempre bromeaba.
Ella ríe también. Cientas de imágenes pasadas de aquella misma sonrisa te golpean a la vez y tienes que luchar por mantenerte en ti.
-Escucha, no son antídotos. Una vez infectados, esto no va a servir de nada. Inyéctenselos lo más pronto posible. También ten en cuenta de que si bien esto los hace inmunes a... el virus, las infecciones comunes que puede ocasionar una herida aún son peligrosas. Más aún considerando todo lo que hay en la mordida de alguien... muerto.
Ella asiente varias veces durante tu explicación, como una niña atenta en el colegio. Sonríes, esta vez con ternura, y le entregas los tubitos.
-Gracias.
Sabes que quiere abrazarte con todas sus fuerzas. Sabes también que no lo hará. Pero te regala una gran sonrisa más que recordarás luego, cuando todas las otras cosas buenas de este mundo hayan quedado destruidas. Lo cual estás seguro de que será muy pronto.
Esperas varios segundos luego de que la puerta se cierra tras de ella antes de hablar.
-Eso fue difícil.
-Lo hiciste bien.
-Claro que lo hice... que lo hicimos bien. Ha pasado suficiente tiempo. Estamos perfectamente bien.
Apoyado en la pared, te mira con tu propia media sonrisa.
-Es hora de que nos vayamos también.
Te aseguras de que en tu mochila esté la caja con las vacunas restantes y una bufanda azul a cuadros. Aunque el viaje es largo, el resto de tu equipaje es ligero, pues, a estas alturas, la ciudad es una bomba de tiempo y tú tienes por lo menos dos destinos antes de salir de ella. Tu capacidad para moverte con rapidez va a ser esencial para salvar tu vida y las de los demás.
-Es hora.
8.22.2016
Guernica pt.1
"He visto las señales" dijo el antiguo vampiro, "he visto las señales a lo largo de la historia, una y otra vez, y siempre termina de la misma manera". Frente a él, la inmensurable ciudad gris se erguía con brutalidad. "Una vez llegado este punto, todo ha acabado. No más sol" y el cielo se vio desprovisto de lumbreras, como si toda estrella hubiera muerto en un instante, "no más amor" y un todopoderoso silencio reinó con perpetuidad.
"Ha sido así desde la primera ciudad de Nod, y seguirá así durante las eras, y esto está bien. Así que descansa, ciudad gris. Finalmente puedes hallar reposo sobre las cenizas. Duerme, pues después del amor no queda nada, solo olvido. Así que olvida."
La tierra tembló, los muros se quebraron, las columnas chocaron entre sí sin hacer sonido alguno, y la ciudad ardió en un fuego sin luz. El silencio perpetuo y la oscuridad muerta eran invencibles más allá del entendimiento.
Dos vampiros jóvenes surgieron de la tierra, uno a cada lado del antiguo. "¡Esto es obra tuya, Alaric!" rugió como un trueno la voz del vampiro que había sido un joven hombre, Devin. "Serás juzgado y condenado por nosotros" bramó como el mar enfurecido la voz de la vampiro que había sido una joven mujer, Emma.
Alaric miró confiado a ambos lados, pues no era la primera vez que otros vástagos se le enfrentaban. Había luchado sin esfuerzo contra héroes legendarios de la talla de Arturo Pendragón y Alejandro Magno, y había triunfado sin omisión. Dos neófitos que no llegaban ni a los cien años eran comparables a moscas molestas zumbando a su alrededor. "...Así que sean olvidados".
"Ha sido así desde la primera ciudad de Nod, y seguirá así durante las eras, y esto está bien. Así que descansa, ciudad gris. Finalmente puedes hallar reposo sobre las cenizas. Duerme, pues después del amor no queda nada, solo olvido. Así que olvida."
La tierra tembló, los muros se quebraron, las columnas chocaron entre sí sin hacer sonido alguno, y la ciudad ardió en un fuego sin luz. El silencio perpetuo y la oscuridad muerta eran invencibles más allá del entendimiento.
Dos vampiros jóvenes surgieron de la tierra, uno a cada lado del antiguo. "¡Esto es obra tuya, Alaric!" rugió como un trueno la voz del vampiro que había sido un joven hombre, Devin. "Serás juzgado y condenado por nosotros" bramó como el mar enfurecido la voz de la vampiro que había sido una joven mujer, Emma.
Alaric miró confiado a ambos lados, pues no era la primera vez que otros vástagos se le enfrentaban. Había luchado sin esfuerzo contra héroes legendarios de la talla de Arturo Pendragón y Alejandro Magno, y había triunfado sin omisión. Dos neófitos que no llegaban ni a los cien años eran comparables a moscas molestas zumbando a su alrededor. "...Así que sean olvidados".
8.12.2016
Nine in the afternoon
-¿Por qué estamos aquí?
La miré pensativo. Su cabello negro y lacio caía como café derramándose sobre sus hombros.
-Bueno -respondí- había mucha gente en la fogata, así que decidimos...
-Sí, ya sé, pero... Me refiero a que por qué decidimos venir aquí a...
-Por qué viniste, qué te impulsó a seguirme. ¿Eso?
-Sí.
Sus ojos, del tamaño de la luna, eran de doble filo. Por un lado, me explicaban muy claramente cómo se sentía ella; por el otro, me hacían correr el riesgo de perderme en ellos y perder la hilación de mi razonamiento. Finalmente, logré vencerlos. Esta vez.
-Te preocupa que el haberme seguido tenga dos posibles razones: una, la simple y descarada atracción física; y dos, el terrible amor. Te conoces lo suficientemente bien como para saber que no te admitirías besar a alguien solo por atracción física; consideras frívola y vacía una conducta como esa, al punto que ni siquiera te causa curiosidad. Por otro lado, sabes que es muy pronto para estar enamorada; y no solo eso, sino que, además, te aterra la idea de estarlo. Sin embargo, mientras que la primera razón roza la imposibilidad, la segunda simplemente te asusta, pero sabes que es perfectamente posible, aunque quieras negarlo.
Me detuve a verla. Respiraba hondo, pero de manera muy contenida. Los músculos de su rostro se tensaban a propósito para no mostrar expresión alguna. Su falta de movimiento la hacía verse como una estatua de mármol, como si el bosque la hubiera embrujado.
-Tranquila, hay otra razón.
Sentí como todo su ser se relajaba y reí.
-Concuerdo con que la primera razón es imposible, tú no eres así. Respecto a la segunda... No, no me amas, y eso ambos lo sabemos. No podrías estar enamorada de mí tan rápido. Sin embargo..., lo has pensado. No me amas, pero podrías amarme. Y ese estado de potencialidad te pide una respuesta. Respuesta que, a pesar de tu miedo, has venido a buscar. Y yo también. Por eso hemos venido, porque podría...
Entonces logró hacerme callar durante diez segundos.
La miré pensativo. Su cabello negro y lacio caía como café derramándose sobre sus hombros.
-Bueno -respondí- había mucha gente en la fogata, así que decidimos...
-Sí, ya sé, pero... Me refiero a que por qué decidimos venir aquí a...
-Por qué viniste, qué te impulsó a seguirme. ¿Eso?
-Sí.
Sus ojos, del tamaño de la luna, eran de doble filo. Por un lado, me explicaban muy claramente cómo se sentía ella; por el otro, me hacían correr el riesgo de perderme en ellos y perder la hilación de mi razonamiento. Finalmente, logré vencerlos. Esta vez.
-Te preocupa que el haberme seguido tenga dos posibles razones: una, la simple y descarada atracción física; y dos, el terrible amor. Te conoces lo suficientemente bien como para saber que no te admitirías besar a alguien solo por atracción física; consideras frívola y vacía una conducta como esa, al punto que ni siquiera te causa curiosidad. Por otro lado, sabes que es muy pronto para estar enamorada; y no solo eso, sino que, además, te aterra la idea de estarlo. Sin embargo, mientras que la primera razón roza la imposibilidad, la segunda simplemente te asusta, pero sabes que es perfectamente posible, aunque quieras negarlo.
Me detuve a verla. Respiraba hondo, pero de manera muy contenida. Los músculos de su rostro se tensaban a propósito para no mostrar expresión alguna. Su falta de movimiento la hacía verse como una estatua de mármol, como si el bosque la hubiera embrujado.
-Tranquila, hay otra razón.
Sentí como todo su ser se relajaba y reí.
-Concuerdo con que la primera razón es imposible, tú no eres así. Respecto a la segunda... No, no me amas, y eso ambos lo sabemos. No podrías estar enamorada de mí tan rápido. Sin embargo..., lo has pensado. No me amas, pero podrías amarme. Y ese estado de potencialidad te pide una respuesta. Respuesta que, a pesar de tu miedo, has venido a buscar. Y yo también. Por eso hemos venido, porque podría...
Entonces logró hacerme callar durante diez segundos.
2.28.2016
Como la arena entre mis dedos
-No tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo.
Ambos ríen, mirando a las estrellas, sabiendo que nadie a su edad lo sabe.
-¿No se supone que ya deberíamos ser adultos?
-¿Tener las cosas claras? Dudo que incluso los adultos las tengan.
-¿Qué somos, entonces?
-¿Qué seremos?, ¿qué queremos ser?
Las ramas, contra el cielo nocturno, enmarcan a las tres marías, y el viento frío del mar les roza la cara.
-¿Qué quieres ser tú?
-Libre.
-Liebre.
-Libro.
Media luna los acecha desde detrás de una nube, presagiando el nacimiento de dos héroes.
Ambos ríen, mirando a las estrellas, sabiendo que nadie a su edad lo sabe.
-¿No se supone que ya deberíamos ser adultos?
-¿Tener las cosas claras? Dudo que incluso los adultos las tengan.
-¿Qué somos, entonces?
-¿Qué seremos?, ¿qué queremos ser?
Las ramas, contra el cielo nocturno, enmarcan a las tres marías, y el viento frío del mar les roza la cara.
-¿Qué quieres ser tú?
-Libre.
-Liebre.
-Libro.
Media luna los acecha desde detrás de una nube, presagiando el nacimiento de dos héroes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)