-¡Oigan! -grité enfadado- Déjense eso para después, ¡miren lo que han hecho!
Los tórtolos entendieron inmediatamente lo que había sucedido y corrieron al segundo piso.
-¡Pero tenemos que irnos, mierda!
Cerré la puerta de golpe y puse tras de ella todo lo que había a la mano para hacerla durar. Los seguí escaleras arriba dispuesto a arrastrarlos si era necesario, pero ya venían de bajada con tres maletines en mano. El chico me dio uno.
-Síguenos y mete lo que puedas -indicó mientras corrían hacia la cocina.
Se movía bastante rápido, pero aún así pude identificar su rostro de terror y culpa.
Agua, enlatados y medicinas fueron las primeras cosas que me vinieron a la mente. Al parecer la chica ya tenía las medicinas. Me concentré en el agua que era lo más pesado y llené los espacios con algunas latas.
-Terminamos aquí -afirmé en cuanto vi sus maletines también llenos. A parte de ellos, cada uno llevaba un hacha contra incendios. El chico la llevaba amarrada de alguna forma en la espalda, pues con el brazo cargaba a una perrita. Lo miré con incredulidad y resoplé, pero no dije nada; había que pensar en una forma de salir.
Era imposible usar la puerta, así como el carro frente a ella. Me pareció que él pensaba lo mismo en ese mismo instante.
-Al jardín -indicó y corrimos otra vez-. Vamos a pasar a la casa del vecino por el muro -dijo señalándolo-, agarramos las llaves de su carro y salimos en él por la cochera.
¿Qué si no encontrábamos las llaves? ¿Y si el carro no estaba en la cochera o no tenía gasolina? Sin embargo, no se me ocurría nada mejor, al menos teníamos que tratar.
En ese momento escuchamos el temido crack de la puerta y cómo los convertidos entraban esprintando a la casa. Ayudé a los chicos a escalar el muro primero; para cuando ya iba yo subiendo, el grupo entró al jardín y un par de ellos me agarraron de la pierna. Pateando fuerte y con la ayuda de los otros dos, logré pasar, aunque no sin un buen forcejeo y algunos rasguños.
Rápidamente registramos la casa en busca de las llaves. Afortunadamente, las tenían a la vista, en un estante de la sala. Primera preocupación fuera.
Corrimos hacia el garaje, pero el vecino se interpuso en nuestro camino, saliendo de este mismo. Ya estaba apuntando cuando vi que un hachazo del chico destruía la cabeza brutalmente. Ya tenía un tiempo con esa cosa y no había sido en vano.
Mi segunda preocupación se fue al ver el carro ahí, ahora solo faltaba comprobar si tenía gasolina. El medidor decía que no, pero algunos carros solo mostraban cuánto tenían en verdad cuando estaban encendidos, así que no perdí la esperanza y crucé los dedos mientras el chico metía la llave en el orificio y la giraba... El motor se encendió con un sonido satisfactorio y la aguja del indicador subió hasta la mitad del tanque, más que suficiente para largarnos de ahí.
El pequeño control de la puerta de la cochera estaba en el llavero de las llaves del carro. Al abrirla, empujamos a varios convertidos que ya habían comenzado a golpear la puerta y arrancamos con fuerza, sacándolos del camino antes de que fueran demasiados.
El motor los atraía mientras íbamos por las calles, pero los dejábamos atrás rápidamente. Eventualmente abandonamos la zona urbana y a los convertidos con ella. Íbamos ahora por la carretera sur y finalmente suspiramos de alivio.
2 comentarios:
ñiii me encanta
Buena redacción. Estoy segura de que muy pocos en el 142 pueden escribir así.
Interesante
Publicar un comentario