Los límites de nuestras búsquedas de provisiones se ampliaron. Comenzamos a buscar en supermercados, los cuales Brown no se había atrevido a entrar por la la cantidad de convertidos que debían estar refugiándose del sol en un lugar tan grande como ése; sin embargo, siendo dos y estando armados con hachas, que cada vez utilizábamos más diestramente, obtuvimos la confianza necesaria. También me dijo que, gracias a mí, ahora no solo buscaba alimentos no perecibles, sino también aquellos que aún demorarían en vencer; por esto, nuestro menú diario era cada vez más variado.
La diversión consistía en charlas sobre los temas más extraños e inimaginables que, sorprendentemente, ambos disfrutábamos. Mirábamos juntos las estrellas en la noche, silenciando los gruñidos con la música de su iPod; obviamente teníamos que compartir los audífonos, lo que dejaba una oreja expuesta, así que simplemente manteníamos las cabezas bien juntas.
Teníamos un juego. Cada vez que salíamos en búsquedas contábamos de cuántos convertidos nos deshacíamos, ganaba el que hubiera eliminado más. Este jueguito ocasionó que también usáramos bastante de nuestro tiempo libre discutiendo las maneras más efectivas de deshacerse de ellos; yo siempre prefería un golpe directo a la cabeza, era más rápido; él destruía primero una pierna para tumbarlos y luego la cabeza, era más seguro. Siempre me pareció extraño poder dar tan buenos golpes con el hacha, considerando que la mayor parte del tiempo era una carga bastante pesada, pero, cuando estaba frente a un convertido, me sentía tan fuerte que el peso casi desaparecía y sentía el arma como parte de mi cuerpo. Debía ser la adrenalina.
Pasaron los meses y llegamos a tener tanta confianza que llevamos la cama de dos plazas de sus padres y la pusimos en el lugar de la de plaza y media que había en su cuarto y comenzamos a dormir juntos sin que esto fuera una situación incómoda o comprometedora, solo dormíamos.
Habría dicho entonces que teníamos nuestro propio paraíso en el infierno, no obstante, una mañana desperté para no encontrarlo a mi lado. Bajé al primer piso aún algo somnolienta y lo encontré sentado en el piso, apoyándose en la puerta principal, con su hacha al costado, cabizbajo.
-Brown, ¿qué haces?, ¿estás bien?
No respondió, así que me arrodillé frente a él y le levanté la cabeza. Pude ver desesperanza en sus ojos.
-Brown...
-No tiene sentido... -susurró oscuramente-, una vida así no tiene sentido.
-¿De qué hablas?
-De nosotros, Green. ¿Qué se supone que estamos haciendo?, ¿jugando a la casita en el infierno? ¿Para qué quieres sobrevivir?, ¿tienes alguna meta?, ¿alguna razón? ¡Nada! Este mundo ya se acabó y nosotros no podemos aceptarlo. Un día se va a acabar la comida, el agua, la gasolina, las fuerzas...
-Vamos a encontrar una manera de seguir adelante cuando eso pase.
-Supón que lo hacemos, ¿y luego qué?, ¿planeas que reconstruyamos la sociedad tú y yo?, ¿que acabemos con todos los monstruos?
-Tienen que haber otros sobrevivientes...
-¡Despierta! Hemos recorrido la ciudad por meses y no hemos encontrado a nadie vivo.
-¡Solo hemos visitado algunos distritos! ¿Qué hay del resto de Lima?, ¿el resto del Perú?, ¿del mundo? ¿Esperas que simplemente perdamos la esperanza?
-Yo ya la perdí...
Se levantó pesadamente, agarró su hacha y abrió la puerta.
-¿Qué vas a hacer?
-No tienes que seguirme si no quieres. Adiós Green.
Salió a la calle y comenzó a correr.
-¡Brown! -le grité desde el frente de la casa- ¡No me puedes dejar! ¡Sabes que no voy a sobrevivir sin ti! ¡Me estás matando, Brown!
El último grito salió con lágrimas.
1 comentario:
¡¡¡¡NOOOO, BROOOOWN!!!!
Publicar un comentario