8.07.2011

Áyax

-Has crecido tanto, mi pequeño Áyax. Tienes la fuerza y el pelaje azabache de tu padre, cuya vida fue arrebatada hace ya tantos años.
>Oh, mi querido cachorro, solo mírate. La determinación en tus ojos no tiene igual, tus colmillos pueden deshacer rocas, tu tamaño es comparable al de las montañas; no hay presa que no puedas capturar ni enemigo al que no puedas vencer.
-Estoy listo, madre. Me he preparado toda mi vida para esta misión, para vengar a Locke, mi padre, maestro del disfraz, astuto entre astutos, cazador de humanos.
-Y gran líder, padre amoroso, quien salió un desafortunado día a buscar alimento para los suyos y terminó lleno de rocas, en el fondo de un río, muerto a manos de un cazador del bosque... un maldito cazador.
-Pero el día del juicio ha llegado, la retribución no puede esperar más.
-¡Cumple tu misión, Áyax! ¡Venga a Locke, tu padre; haz orgullosa a tu madre!
El titánico lobo salió corriendo de la cueva a velocidad cegadora y se dirigió a la colina más elevada del bosque, desde cuya cima lanzó un aullido a la luna desde su corazón. "Siempre contigo, padre." Y retomó la marcha hacia la cabaña en medio del bosque, hogar de un antiguo enemigo, a quien vería por primera y última vez, pues solo uno quedaría vivo.
***
La edad no había hecho sino darle más experiencia al cazador. Su físico se mantenía de manera excepcional, su destreza con el arma de fuego era envidiable; su precisión, mortal.
A pesar de ser uno de Los Tres Señores de Ritz, vivía de manera sencilla, asegurándose de mantener su territorio, el bosque, seguro para los humanos.
Cazaba la comida diaria cada mañana, antes de que saliera el sol, y pasaba el resto del día leyendo algún libro de su aparentemente interminable biblioteca frente al fuego de la chimenea, arriba de la cual había colgada una piel de lobo, trofeo de su juventud.
Sin embargo, desde el momento en el que escuchó aquel aullido profundo, supo que esa no sería una noche tranquila, así que se preparó. Cogió su escopeta y puso su sillón frente a la puerta. Se sentó a esperar.
Comenzó a escuchar las pisadas del lobo en la tierra, cada vez más fuertes, cada vez más cerca. Calculó que en cuarenta segundos habría llegado a su cabaña. Contó... diez... veinte... treinta... silencio.
El cazador se levantó alarmado de su asiento. Se dio cuenta que no tenía la situación bajo control. Comenzó a correr hacia la puerta, pero la pared a su espalda fue destruida brutalmente, y del orificio salió un zarpazo que lo tumbó y le hizo perder la escopeta.
Se reincorporó rápidamente y trató de recuperar su arma, pero el lobo lo volvió a detener. Esta vez lo pegó al piso poniéndole una sola pata encima. Al hombre se le hacía difícil respirar.
-Mírate, cazador, tan frágil, tan débil... Tal vez esperé demasiado tiempo para venir a buscarte, esto es muy fácil..., pero tenía que estar seguro.
-¡Silencio, bestia!
-Claro... ahora yo soy la bestia..., cuando fuiste tú el que asesinó a mi padre.
-Tenía que proteger a esa niña.
-Esa niña era su presa, ganada justamente. Alteraste el orden natural, cazador, por tu orgullo, por querer demostrar que eres un poderoso héroe. Pero mírate... tán frágil, tan débil.
Durante la conversación, el humano había logrado alcanzar su bolsillo, en el que guardaba una daga, sin que Áyax se diera cuenta. En cuanto la tuvo en su poder, la clavó en la carne del animal, el cual saltó hacia atrás y gimió de dolor.
El cazador aprovechó la oportunidad, agarró su escopeta y disparó sin pensarlo dos veces. Pero el lobo ya estaba afuera de la cabaña, escondido en la oscuridad.
Se puso a recargar la escopeta, cuando oyó pasos y el crujir de la madera en el techo. Apuntó hacia el origen del sonido y disparó. Silencio. Tres minutos de silencio. Con cautela el cazador salió de su morada, manteniendo el arma apuntada hacia el techo, pero fue desde atrás que vino el siguiente golpe.
Una vez más era prisionero de la robusta pata de Áyax, pero esta vez se encontraba boca arriba y los ojos de ambos se encontraban.
-Pobre cazador... esto es por Locke.
Las garras, con un solo golpe, destruyeron el cráneo del hombre y dejaron en su lugar una pulpa sanguinolenta y sin vida.

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