La había encontrado en el almacén de la tienda del último grifo al que había ido para conseguir gasolina para el generador. A pesar de que la puerta había estado con candado, me parecía un milagro que los convertidos no se hubieran dado un banquete con ella.
Jalé una silla al costado del sillón y me senté, esperando, como si fuera a despertar en cualquier momento. A penas lo hice, Colita comenzó a rascarme la pierna con sus patitas, indicando que la cargue. La puse en mi regazo y, mientras la acariciaba, le pregunté:
-¿Quién es, Colita?, ¿la conoces?
Contemplé a la chica un rato y tuve la ligera sensación de haberla visto antes..., aunque simplemente podría haber tenido rasgos comunes..., pero, viéndola un poco más, noté que era bastante única. ¿Dónde la había visto? ¿Una vez en un sueño? Cursi. Pero verla así no dejaba de recordarme a la película de Disney de La Bella Durmiente.
Miré a Colita. Ella había sido mi única familia durante casi tres meses y se lo agradecía, pero, al parecer, tendríamos una nueva miembro.
En el estante atrás mío había una foto de mi verdadera familia. Mis padres habían viajado a Francia poco antes de que estalle la guerra; en cuanto esta era inminente decidieron regresar a casa de inmediato... así como otros varios cientos de personas. En su última llamada telefónica me dijeron que su vuelo había sido postergado por tercera vez por falta de asientos disponibles, pero que tenían lugares asegurados en el siguiente... También me dijeron que me amaban.
A medida que comenzaba a anochecer, el frío aumentaba. Toque su brazo descubierto para comprobar que estaba fría. Deslicé mi mano hasta la suya y la sujeté.
-Vas a despertar, ¿verdad?
De pronto me vino la idea de que podría estar enferma, así que toqué su frente con el dorso de mi mano. No había fiebre.
Subí al que solía ser el cuarto de mis padres y regresé con una frazada para cubrirla. Me aseguré de que estuviera bien abrigada y fui a la cocina a servirme un vaso de agua; mientras lo hacía me pregunté cuál sería su nombre. No tenía cara de Andrea ni de Lucía ni de Natalia...; única como era, no se me ocurría ningún nombre con solo verla.
Al regresar a la sala noté que la chica comenzaba a mover los párpados y su respiración iba tomando el ritmo del de una persona despierta. Simplemente me paré a su costado, con el vaso en la mano, y esperé.
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