7.03.2010

La Iglesia

No habían pasado más que unas semanas desde mi traslado a la iglesia de un pequeño pueblo pesquero cuando llegó aquella noche. Mi función, junto a dos monjas más, era asistir al Padre Julián en el quehacer diario.
El primero llegó en la tarde. Un hombre con un brazo desgarrado y chorreando de sangre llegó a duras penas a las afueras del pueblo, donde los pobladores lo vieron; inmediatamente lo trajeron para que reciba ayuda. Pensé que la herida había sido causada por la mordida de un animal que no podía identificar hasta que el hombre, entre jadeos causados por una fiebre que atribuí a una infección, me contó lo que había sucedido.
-Yo estaba yendo al pueblo vecino en mi camioncito, hermana, porque tenía que dejar una mercancía y de paso iba a visitar a mi compadre. Cuando llegué, no había nadie en la calle, pero seguí hasta la tienda donde iba a dejar las cosas. Cuando entro..., encuentro a varios... -se le hacía difícil hablar al recordar tal escena, incluso comencé a ver lágrimas en sus ojos- comiéndose a un... a un señor, hermana, ¡se estaban comiendo a un señor!
-¿Quiénes? ¿Bestias del campo?
-Eran bestias, hermana, pero no eran animales, no eran animales...
-¿Qué eran, entonces?
-Eran como nosotros, hermana, ¡hombres y mujeres como nosotros!
-¡¿Qué dices?!
-¡Estaban como poseídos por demonios: ojos desorbitados, bocas manchadas de sangre, carne humana en las uñas! Me vieron cuando entré y yo salí corriendo a mi camión. Ya habían algunos afuera también. Arranqué rápido, como pude, le puse segunda de frente y me largué. Pero, ya cuando estaba afuera del pueblo, vi por el espejo que se había metido uno por atrás; casi me choco cuando lo veo. Comenzó a golpear el vidrio que nos separaba. Vi que le sangraban las uñas y escuché algunos huesos de su mano romperse, pero él seguía golpeando como salvaje hasta que se rompió. Ahí mismito frené y me puse a correr al pueblo; ya estaba a medio camino. Él también se bajó y comenzó a perseguirme, era demasiado rápido. Me alcanzó y me tiró al piso. Me mordió el brazo cuando lo puse para protegerme la cara. No me soltaba, hermana, solo me lo saqué de encima cuando me arrancó un pedazo de carne. Me dolió como no se imagina, hermana, pero me tuve que aguantar para agarrar un piedrón y romperle la cabeza, solo así se quedó quieto. No se cómo he llegado al pueblo desangrándome...
-Pero ha llegado. No se preocupe, usted se va a mejorar.
-Pero ellos... ¿y si vienen?
-Descanse.
No le hice más caso al hombre. Encontré difícil creer lo que me había contado, pero algo dentro de mí me decía que era cierto. Recé por que no lo fuera, rogué que haya sido todo una mentira. Pero cayó la noche y lamenté que no lo haya sido.
Llegaron con la oscuridad, como si ellos la hubieran traído. Esprintaban y gruñían mientras el pueblo se convertía en un pequeño pandemónium. Los que lograban escapar venían a la iglesia, pues sabían que era la construcción más fuerte. Llegaban sangrando, llegaban llorando, llegaban gritando, llegaban preguntando "¿Por qué?" y yo no sabía que decirles.
La iglesia cerró sus gruesas puertas cuando lo único que se veía era aquel ejército de demonios viniendo hacia nosotros. Llegábamos a escuchar los desgarradores gritos de aquellos que no habían podido llegar a tiempo y que golpeaban la puerta mientras eran atacados, pero, aunque se me destruía el corazón, no podíamos hacer nada.
Caí llorando al piso y escondí la cara entre las manos.
-Entiendo su dolor, hermana -me dijo alguien con acento y me puso una mano en el hombro-, pero aquí tenemos gente que sigue viva y que la necesita. Vamos, ayudaré en lo que pueda.
Al levantar la vista, vi a un joven que definitivamente no era del pueblo: tenía más bien pinta de mochilero y, por el acento, pude determinar que era de Colombia. Me ofreció la mano para ayudarme a levantar y la acepté.
El Padre Julián y las otras dos hermanas ya se encontraban ayudando a los heridos, quienes constituían la mayor parte de los sobrevivientes, aunque también había algunos ilesos. Junto al joven, comenzamos a tratar los rasguños y mordidas de los pacientes. A pesar de que algunas heridas se veían mucho peor que otras, todos los heridos parecían sufrir por igual: fiebre y dolor generalizado.
-Usted tampoco es de aquí, ¿verdad, hermana?
-Hace poco me transfirieron desde la sierra, pero yo soy de Lima. No es necesario que me trates de "usted", "hermana" es suficiente.
El joven asintió y continuó.
-¿Cree que se rindan en algún momento? -preguntó refiriéndose a los golpes en la puerta de la iglesia.
-No lo sé..., tal vez para el amanecer...
Un alarido me interrumpió. Era el señor que había llegado en la tarde, estaba gritando de dolor. Nos acercamos para ver qué le pasaba. Luego de intentar tranquilizarlo por un buen rato, entró en coma durante varios segundos, después de los cuales murió.
Le dimos la espalda y vimos que todos habían presenciado lo sucedido. Pudimos ver tristeza especialmente en los ojos de aquellos que también habían sido heridos por las bestias; sin embargo, esa tristeza se convirtió en terror de un momento para otro y no entendimos por qué hasta que volvimos a voltear. Ahí estaba él, se había levantado y nos miraba fijamente, pero con una expresión inhumana; sus ojos inspiraban desesperanza.
No pasó ni un segundo para que se tirara rugiendo encima mío. Inmediatamente, el joven me lo sacó de encima y trató de inmovilizarlo, pero la bestia no se rendía. Las hermanas y yo tratamos de ayudar sujetándolo. Recé por un milagro mientras mis fuerzas se agotaban rápidamente. De repente, oímos un sonido de metal clavándose en carne y vimos como el padre Julián había clavado un candelabro en la boca de la criatura, la cual dejó de moverse por completo.
Nos hicimos para atrás, aliviados, pero había ahora una pregunta latente entre todos nosotros: ¿Les sucedería lo mismo a todos los que habían sido heridos por las bestias?
A medida que las horas pasaron, nuestro temor se confirmó cuando, uno a uno, los heridos se fueron transformando en monstruos. Al principio, tratamos de negarlo, de buscar otra explicación, pero, al transformarse el cuarto, era evidente que las mordidas y rasguños provocaban la transformación.
-¿Qué vamos a hacer, padre?
Cerca de la mitad de los refugiados habían sido mordidos o arañados por las criaturas. Y todos ellos nos miraban como si hubiera algo que pudiéramos hacer. Pero no lo había.
-No los podemos echar a la calle, ellos aún son humanos -le dije.
-Ya sé. Tendremos que ponerlos en cuarentena.
-¿A todos juntos? Pero no se transforman todos al mismo tiempo, el primero acabaría con los demás...
El sonido de un disparo interrumpió nuestra conversación. Uno de los heridos había acabado con su vida usando un revólver. Los demás vieron el arma como a un tesoro e instantáneamente se tiraron sobre ella. Tratamos de detenerlos, pero los mismos golpes del forcejeo nos alejaron. Su comportamiento ya era el de bestias.
Uno, dos..., cinco disparos. Seis cuerpos tendidos en el piso, unos pocos heridos llorando por no haber conseguido el arma, cerca de una docena aterrada de los otros sobrevivientes. Nosotros, en el infierno.
Horas después, estábamos al lado del último herido, esperando que se transformase para acabar con él, como habíamos hecho con los demás...
Pasaron semanas, meses en los que el pequeño grupo que quedábamos teníamos que arreglárnosla para conseguir comida, cada vez más escasa en el pueblo, a diario. En el transcurso de este tiempo también perdimos miembros del grupo. Nuestro número se reducía junto a nuestras esperanzas de seguir con vida.
Un día, encontré al joven que nos había estado ayudando alistando sus cosas para salir.
-¿A dónde vas?
-No lo sé, pero no me quedo aquí.
-¿Por qué? Te necesitamos...
-No hay comida más que para hoy y la tensión se siente. Sí, sé que debería quedarme a ayudar, a tratar de conseguir comida para todos, pero... es demasiada responsabilidad para mí. Lo siento mucho, hermana -dijo mientras se echaba la mochila al hombro-. Buena suerte.
Mientras lo veía marcharse, sentía como si dos personas se pelearan en mi interior; una quería quedarse a ayudar en lo que pudiera, aunque le costara la vida; la otra, irse. Después de una intensa lucha interna, la segunda ganó.
-¡Oye -le grité-, espera!
Volteó expectante.
-Me voy contigo.
Me sentí tan egoísta, pero tan feliz.
-Como quieras, hermana, pero vamos a correr mucho, así que te recomiendo que te pongas algo más cómodo...
Sonreí, me fui a cambiar de ropa y alisté una pequeña maleta.
-Oh, espera.
Bajé al primer piso con cuidado de no despertar a nadie y busqué algo que guardé desde la primera noche de terror en el pueblo. Regresé haciendo sonar la llaves de su camión en mis manos.
-Esto nos va a ser útil -dije mientras ambos sonreíamos.
Salimos por una ventana y nos alegramos al ver que la calle estaba vacía de esos monstruos. Por ahora.
-Por cierto -le dije una vez estuvimos en la carretera-, ¿cómo te llamas?
-Heh, lo mismo te iba a preguntar...

7.01.2010

El pasado

-Es tu turno de ir a comprar, Carlos -le dijo Andrea, apoyando medio cuerpo en la mesa.
-Pero, ¿para qué queremos más Coca-Cola?
-Porque aún tenemos ron... ah, y vodka, así que también trae jugo de naranja -respondió Ana.
-Me parece que ya es un poco tarde para salir a comprar -Lucía miraba su reloj.
-Bueno -dije-, yo te acompaño. ¿Vienes, Luis?
Este balbuceó algo inentendible producto del alcohol y volvió a caer sobre su mano de cartas.
-Supongo que no. Ya venimos.
Salimos de mi casa y nos dirigimos hacia la tienda en la esquina de mi cuadra que atendía las veinticuatro horas.
-¿Esta es la tercera o cuarta?
-La quinta, es la quinta vez que nos reunimos en mi casa desde que viajaron mis papás... -suspiré.
-Ahh, sí... En serio te pasas,...
-¡Eh! -lo interrumpí- ¿Escuchaste eso?
Había sido como una respiración profunda y agitada. Nos quedamos en silencio mientras esta se oía cada vez más cerca.
-Oye, regresemos.
-Sí -aceptó tan temeroso como yo.
Sin embargo, antes de que pudiéramos dar vuelta, tres criaturas de forma humana saltaron de la esquina y quedaron a varios metros de nosotros. No necesitamos ver más, la verdad, para correr de inmediato hacia mi casa. Corrimos como si el mundo se fuera a acabar (y lo iba a hacer), pero ellos eran bastante rápidos. Llegamos a mi puerta y Carlos comenzó a tocar el timbre como loco mientras yo sacaba desesperadamente la llave de mi bolsillo. Antes de que pudiera meterla, Andrea abrió la puerta y prácticamente me tiré adentro. Carlos estaba a punto de hacer lo mismo, pero lo cogieron una fracción de segundo antes. Dejó salir el grito más desesperado que he oído en mi vida mientras los tres monstruos se le tiraban encima y metían con fuerza sus garras sin filo en su cuerpo. Maldición, incluso nos llegó a salpicar sangre.
Incapaces de hacer otra cosa, cerramos la puerta de un golpe y pusimos tras ella lo que tuviéramos a la mano.
En shock, nadie pudo hablar ni moverse del piso en el que estábamos sentados por un par de horas. Excepto el borracho de Luis, que seguía tirado sobre su mano de cartas en la mesa.
Cuando se le pasaron los efectos del alcohol (al menos los que lo mantenían inconsciente), nos encontró a todos en el recibidor, con los ojos desorbitados y perdidos, inmóviles y con manchitas de sangre en nuestra ropa. Incluso creo que dijo algo, pero lo único a lo que le podía prestar atención era a la escena que se repetía una y otra vez en mi cabeza en la que Carlos era devorado.
Solo reaccionamos cuando, preguntándose que era el rasqueteo y los gruñidos que sonaban afuera de la puerta, se dispuso a tratar de abrirla (sí, solo se le pasaron los que lo mantenían inconsciente).
-¡No! -le gritamos los cuatro al unísono.
-¿Qué?
Me levanté y pensé en voz alta "la tele", mientras me dirigía a esta. Los demás me siguieron.
Esa noche, oí el anuncio más aterrador, algo que pensé pertenecía solo a las mas retorcidas pesadillas. No le creí a mis oídos cuando el reportero dijo: "Los muertos caminan".
La madrugada avanzaba sin que uno dijera cualquier cosa y mientras los arañazos y gruñidos en la puerta comenzaban a volvernos locos.
Luis rompió el silencio algunas horas después, aparentemente ya en sí.
-Escuchen, no podemos quedarnos aquí, tenemos que hacer algo.
Yo solo lo vi mientras hablaba, a ver qué proponía.
-Somos más que ellos, podemos razonar y podemos improvisar armas.
Aparentemente había estado pensando en lo que iba a decir.
-Solo nos deshacemos de esos tres y buscamos un vehículo para alejarnos de la ciudad.
No sonaba mal, excepto por un detalle.
-Luis, ir afuera es suicidio, esos tres no son los únicos que hay. Incluso si llegaran a subir a un carro, ¿cómo van a avanzar si varios de esos se les amontonan alrededor? Deberíamos quedarnos hasta saber un poco más sobre la situación, aquí estamos seguros.
-Si nos quedamos, puede que vengan más de ellos, ya deben de haber unos cinco afuera. ¿Cuánto más puede resistir tu puerta?
-Así que ahora son cinco, ¿planeas que cada uno mate...
-Shhh... escucha, se han ido.
Efectivamente, ya no oía nada.
-Es ahora o nunca.
-No estamos a salvo.
No me oyeron. Las chicas siguieron a Luis a la cocina y comenzaron a atar cuchillos a palos de escoba. También hicieron un par de molotovs con la botella de ron y con la de vodka.
-Vamos -les pedí-, no hagan esto.
-Vamos a necesitar tu carro -dijo Luis, ignorándome.
-Que me vaya a quedar no significa que no lo vaya a necesitar después.
-¡Qué terco que eres!
-Por favor -me dijo Ana-, lo necesitamos para no arriesgarnos tratando de abrir y prender otro.
-Si quieren ir en mi carro, va a tener que ser conmigo; y yo no planeo irme aún. Solo esperemos a saber más.
-No podemos hacer eso. Ahora dame las llaves o las tomo yo -me amenazó con uno de los cuchillos.
-¡Luis! -gritó Lucía.
Habían dos copias de la llave; sin embargo, si se llevaban el carro muy lejos, podría no volver a encontrarlo. De cualquier modo, no tenía opción ahora. Le señalé dónde estaban.
Momentos antes de que se fueran, les volví a pedir que no lo hicieran, se los rogué, pero no me hicieron caso.
-Voy a cerrar la puerta a penas estén afuera... Buena suerte.
Corrieron de mi puerta hacia el auto de mis padres, que estaba tan solo cruzando la pista. Pero, como si se tratara de una trampa, vinieron corriendo desde la otra calle unos diez convertidos. Luis tiró ambos cócteles molotov, pero el fuego no los detuvo, incluso ardiendo fueron tras ellos. Se defendieron con todas sus fuerzas, pero ellos siempre se volvían a levantar sin importar cuantas puñaladas hayan recibido. Terminaron siendo víctimas de sus dientes y garras. Con un último esfuerzo, Luis volteó para verme. Su mirada fue severa, pero, antes de soltar su último aliento, sonrió como lo hace un amigo.
Cerré la ventanilla de la puerta por la que había estado mirando y me senté en el piso, esperando con angustia que no vinieran por mí. Escuché los gruñidos afuera por una media hora, como si se hubieran quedado rondando, pero eventualmente se detuvieron. Cuando me asomé a ver, solo quedaban cuerpos chamuscados y los restos de mis amigos.
***
Me levanté con lágrimas en los ojos y sudando frío. Desperté a Green también.
-¿Sabes? Yo intenté salvarlos tanto, quise convencerlos, se los dije una y otra vez, pero no me escucharon..., no me escucharon...
-Brown -tomó mi mano fría con la suya cálida-, tomaron su decisión, no fue tu culpa.
-Eran mis amigos...
-Y por eso intentaste ayudarlos, eso es lo que cuenta, lo que tú hiciste por ellos, ¿entiendes? Lo que ellos hicieran estaba fuera de tus manos.
-Supongo... -dije mientras me volvía a echar-. Green.
-¿Sí?
-Gracias.
-No te preocupes, duerme.