10.26.2013

Just ride

The girl swings.

The girl breathes.

The girl dances.

The girl smiles.

No ha tenido esta sensación desde hace años. Siempre vagando por una ciudad oscura, a penas iluminada por puntos amarillos que la miran como ojos de gatos. Al principio le gustaba; el cuero, el tungsteno, el asfalto gastado, las botellas de licor, las paradas en gasolineras ya sea por una llamada, por aire, por cambio o por cigarros.

El humo. Solía detener el tiempo y ver las curvas grises elevarse y bailar con el aire. Le gustaba la sensación de mareo cuando fumaba muy rápido; de hecho, esa era la razón principal por la que lo hacía.

Hasta que comenzó a hacerlo por costumbre.

Las farolas comenzaban a apagarse cuando ella se paraba bajo ellas, como un augurio de que algo estaba mal. De que su invierno se acercaba.

Y llegó; y con él, la lluvia. Agua sucia que apagaba sus cigarros, enfriaba su café, aguaba su ron, corría su maquillaje. Las gotas caían como barrotes manteniéndola hundida. Hasta que gritó.

Vació sus pulmones de alma entre el frío nocturno, entre la brea de la autopista, bajo las lanzas heladas. Gritó una y otra vez hacia la luna que le sonreía. Gritó hasta que su boca y garganta se llenaran de lluvia con tierra.

El motor lanzó un rugido de león. Apretó entre sus piernas el cuero del asiento, el metal cálido. Tras de sí solo dejó más humo.

Encontró un árbol, un columpio, flores, sol, grass, carretera, aire fresco. Y vivió con leña, con aves libres, con calor, con un vestido holgado. Con lluvia pura.

Lluvia no para gritar, sino para cantar y bailar y cantar, para elevar el olor de la tierra hasta su nariz.

Siempre había sido una chica inusual. Estaba jodidamente loca.

Pero era libre.