-¿Estás bien? -Cisne se había acercado gateando desde atrás. También llevaba la máscara sobre la cabeza y un mechón de cabello negro cayendo sobre su rostro.
-Sí... solo que... La Noche del Cambio -ella lo miraba con expectación- algo sobre ella aún no me cuadra.
-¿Qué cosa?
-Bueno, las criaturas vinieron de otra dimensión, podría decirse que son los equivalentes de los animales de esta; entonces, ¿no debieron haber atacado más especies? Me parece imposible que solo existan tres formas de vida allá, ¡deberían ser cientos de miles!. Y luego pensé en otra pregunta -Cisne lo seguía con atención, sus ojos clavados en él-, ¿por qué atacaron? Los animales, por más agresivos que sean, no invaden las ciudades ni atacan a sus habitantes. Creo que... alguien los estuvo controlando.
-¿Eso crees?
-Sí y... es preocupante ¿Quién podría hacer algo así y por qué querría hacerlo?
-Sea quien sea no se ha mostrado, tal vez no haya motivo para preocuparse.
-No sé..., no puedo evitar hacerlo.
-Tranquilo -sonrió y le puso una mano en el hombro-. Tienes que estar relajado para tus nuevos alumnos.
El Padrino volteó a verla con una sonrisa y rió.
-Tienes razón.
-¿Te acuerdas cuando nos enseñaste a nosotros?
Volvió a reír y respondió:
-Cómo olvidarlo...
***
El Padrino nunca supo qué había sucedido con sus padres; se crió en un orfanato, en el que conoció a los que serían sus mejores amigos de ese momento en adelante. Siendo el mayor del grupo, lo seguían a todos lados y lo acompañaban en sus aventuras fantásticas en el jardín de su hogar. Claro que no fue así siempre.
Él, desde niño, había sido muy reservado. Solía jugar solo con sus cubos de plástico, armando torres y castillos. Los otros doce chicos no se conocían entre sí aún, pero tenían algo en común: lo miraban con curiosidad; a él y a sus construcciones, impresionantes para un niño de cinco años.
Jana fue la primera en acercársele.
-¿Cómo te llamas?
Él no respondió.
-¿Jugamos?
La niña no esperó respuesta. Se sentó frente a él, con los cubos en medio, y comenzó a armar una torre. Después de unos instantes, el pequeño habló finalmente.
-Eres buena.
Ella sonrió.
-Pero tenemos que reforzar los muros. Los dragones vendrán por el este.
-¿Qué necesitamos?
-Los cristales de la cueva -señaló un pequeño matorral.
-Vamos -dijo tomándoselo en serio.
Los dos niños se adentraron en los arbustos... y los demás los siguieron. No solo acababa de hacer amigos, sino también compañeros de aventura.
-Vengan -les hizo una seña para que se fijaran debajo de su cama, de donde sacó varias máscaras de papel maché. Los niños estaban maravillados.
-¿Tú las hiciste?
-Claro. ¿Quieren una?
-¡Sí! -respondieron al unísono.
-Jana primero. ¿Qué animal te gusta?
Crecieron juntos para ser inseparables.
Al ver que llevaban sus máscaras a todos lados, una de las madres del orfanato bromeó con otra:
-¡Pareciera que estamos en una mascarada!
Estas palabras llegaron a los oídos del Padrino, ya de unos ocho años. Y le gustaron.
-¡Escuchen! A partir de ahora nos conocerán como La Mascarada.
Los niños amaron la idea. No tenían mucho, pero tenían lo necesario para divertirse sin fin: sus mentes. Los niños amaban sus vidas hasta ese momento.
Sin embargo, cinco años después, al cumplir el Padrino trece años, llegó un hombre viejo al orfanato. Entró a la oficina principal y salió media hora después al cuarto de los chicos.
-Hola -las arrugas de su cara se marcaron al sonreir-, me llamo Henno, soy tu tío-abuelo, pero puedes decirme tío... o Henno... o tío Henno, como prefieras.
-¿Me va a llevar? -preguntó levantándose la máscara.
Los otros doce niños estaban parados detrás de él, mirando a Henno a través de sus caretas. El viejo respondió sabiamente.
-Veo que has hecho buenos amigos acá. Sí, vas a vivir conmigo de ahora en adelante, pero puedes venir a visitar el orfanato cuando quieras. -Se arrodilló para estar a su altura al ver que bajaba la cabeza- No estés triste, te aseguro que no perderás a ninguno de ellos; además -susurró en su oído-, vas a ver que esto te beneficiará más de lo que crees.
El niño lo miró intrigado por sus palabras y rápidamente identificó que se encontraba frente a una nueva aventura, una de proporciones que nunca habría logrado imaginar y cuyo fin no llegaría sino hasta muchos, muchísimos años después.
-Está bien. Déjame despedirme, tío -pidió mientras se volteaba a ver a sus amigos-. La Mascarada permanecerá unida... los veo mañana.
Había decidido terminar su despedida con una sonrisa, pero el grupo tenía otros planes. Lo acorralaron en un gran abrazo grupal.
El chico se subió al auto con su pequeña maleta y el tío Henno condujo hacia una parte alejada del centro de Delaran. Llegaron a una elegante zona residencial y se detuvieron frente a unas rejas con las iniciales del tío, H. L. Estas se abrieron al comando de voz de Henno.
Siguieron avanzando. El camino pasaba por una gran área verde y terminaba en una pileta, frente a la gran mansión. El estilo de la construcción era neo-victoriano con acabados góticos. Desde donde estaba, el futuro Padrino no podía ver el fin de ella.
Ambos pasaron y fueron recibidos por el mayordomo. Henno presentó a su sobrino-nieto.
-Luego te conocerán los demás criados. Por ahora, deberías ir a escoger tu habitación... mi casa es grande, pero no la comparto con nadie, así que tienes muchas opciones. Bienvenido.
El chico, incapaz de articular palabras ante tanto lujo, sonrió de oreja a oreja y corrió escaleras arriba con su maleta en mano.
Escogió una habitación con vista al enorme jardín trasero, en el cual había un gazebo blanco, una amplia piscina, un lago artificial y un camino de piedras blancas a lo largo de todo el pasto. Una muralla de frondosos pinos terminaba el paisaje.
Acomodó sus pocas pertenencias en los cajones de una cómoda y colgó su máscara sobre el espejo. Se sentó sobre la cama y contempló los finos acabados victorianos en la madera de los muebles y el papel tapiz dorado con marrón de las paredes. Sentía que había viajado al pasado y le encantaba.
A la hora de la cena, Henno presentó a su sobrino a los otros empleados de la mansión; eran unos diez, a parte del mayordomo, que tenían que hacerse cargo de que todo esté en orden. Una vez se hubieron retirado, comenzó a hablar con el chico.
-Me imagino que te han estado dictando clases en el orfanato; bueno, mañana vendrá un tutor para continuarlas. Pero, a parte de eso, hay otro tipo de clases que te daré yo personalmente. Pásate por mi estudio luego de cenar -terminó con una sonrisa tierna.
El Padrino asintió. Sabía que estaba cerca a algo grande, y ya quería saber de qué se trataba.
Semanas después, en una de sus visitas al orfanato, se lo contó a sus amigos.
-Mi tío me está enseñando magia.
-¿Magia de verdad?
-Sí... bueno, dice que aún no la podemos poner en práctica, pero ir aprendiéndola nos dará una ventaja cuando sea posible.
-¿Será posible?
-Creo que sí... me ha mostrado un libro... Quiero creer.
-Suena interesante -dijo Jana.
-Sí, deberías enseñarnos algo algún día.
-¡Sí!
-Creo que lo haré -sonrió ante la aprobación de La Mascarada.
Los años pasaron y el Padrino probó ser un prodigio no solo académico, sino también en el campo de la magia, contentando a su tío.
-Me alegra haberte poder pasado todo mi conocimiento en tan poco tiempo -dijo tiempo después, en su lecho de muerte-, he dedicado toda mi vida a esto y veo que rendirá sus frutos contigo, querido sobrino. No solo te dejo todas mis posesiones materiales, sino también todo mi conocimiento, lo más valioso que tengo. A partir de ahora deberás seguir tú, aunque no necesariamente solo -le guiñó un ojo. El joven ya sabía a lo que se refería-. Gracias por hacerme orgulloso.
-Seguiré adelante, Henno -dijo sosteniendo su mano entre las suyas y con una lágrima rodando por su mejilla-, seguiré adelante.
Habiendo alcanzado la mayoría de edad recientemente y contando con la riqueza de su tío, el Padrino estaba en condición de adoptar a La Mascarada. Y así lo hizo.
Recordó su propio rostro al ver los de ellos cuando estuvieron frente a la mansión, y rió.
-¡Escogan sus cuartos, niños! -bromeó.
-¡Nada de niños!
Con la dedicación de su tío, el Padrino instruyó a sus amigos en el arte de la magia durante un par de años. Hasta que decidieron fundar La Familia.
Compraron un sanatorio en desuso a las afueras de la ciudad y lo llenaron de vida... de magia; este sería su cuartel general. Seleccionaron cuidadosamente a sus primeros miembros y les encargaron que le pasaran la voz a las personas que creyeran apropiadas para la sociedad.
La Familia y sus miembros crecieron en número y en conocimiento en pocos años.
La teoría mágica era extensa, pero aún así llegó el día en el que la última miembro de La Mascarada la dominó. Y pasó a usar una máscara elegida ya hace muchos años.
***
Mandy y David se acercaron por el camino de piedras blancas.
-Estamos listos... -la voz de Mandy se fue apagando. Era la primera vez que veían al Padrino sin su máscara, y no se veía mucho más viejo que ellos. Le echó unos veintipocos.
Ambos magos sonrieron.
-Muy bien. Escuchen, la magia consiste en comunicarle nuestra voluntad a la realidad para que la cumpla. El medio que usamos para esto son los sigilos, símbolos mágicos. Y el precio que hay que pagar es el Éter... Eso es la magia a grandes rasgos. -Abrió El Libro de Hécate sobre el pasto- En estas páginas comienza todo.