-¡Déjalos entrar! -indicó Panda.
-¿Qué está pasando? -preguntó Cordero.
-Acabamos de freír a una... puta que nos atacó por los invernaderos -respondió Gallo.
-¿Una puta? -León estaba confundido.
-¡Sí, una puta!
-Un monstruo -explicó Panda-. Las dimensiones se han fusionado, ahora esas criaturas y nosotros estamos en el mismo mundo... Solo hemos visto una, pero tememos que vengan más en camino.
-Sí -continuó Gallo-, en cualquier momento... -pero sus palabras fueron interrumpidas por gritos de terror de la población- Típico...
Cientos de criaturas comenzaron a salir del bosque y se dirigieron hacia los delarianos. Estas se movilizaban haciendo uso de ocho largas patas, cuatro en la parte delantera del torso y cuatro más en la trasera, que recordaban a las de una araña, pero terminaban en cuatro potentes garras que formaban una cruz. El torso recordaba al de un gran lobo, así como la cabeza, aunque esta era bastante pequeña en comparación al resto del cuerpo y carecía de orejas y de cualquier detalle que sobresaliera; era casi lisa. El cuello era tan grueso como la cabeza, por lo que parecía que esta se unía directamente al torso. Los ojos eran pequeñas perlas ovaladas horizontalmente de color amarillo pálido. La boca se extendía a lo largo de casi toda la cabeza, era delgada y fina vista de frente, pero al abrirse la mandibula doblaba el tamaño del cráneo y dejaba a la vista largos colmillos y una lengua gris.
La criaturas, que llegaban casi a los dos metros paradas en sus ocho patas, estaban cubiertas completamente por una piel que parecía estar hecha de roca negra. Incluso el sonido que salía cuando se movían se asimilaba al de piedras chocando entre sí.
Los ciudadanos iban siendo atrapados y despedazados por las mandíbulas de las bestias, uno por uno. Ni siquiera los que lograban llegar a la ciudad estaban a salvo, pues los lobos-araña saltaban fácilmente por sobre los golems; su ferocidad los hacía parecer imparables. Pero los miembros de La Mascarada presentes intentaron contenerlos.
-¡Rápido! -gritó León- ¡Entren todos a la ciudad!
Comenzó a correr hacia las bestias. Al pasar a su lado, activaba su sigilo para conseguir una especie de intangibilidad con la que pasaba sus manos dentro de las criaturas, agarraba sea lo que sea que hubiera dentro de ellas y lo arrancaba de sus cuerpos. Los lobos-araña caían muertos instantáneamente.
Debido a la velocidad con la que se movían, Panda también tenía que acercarse considerablemente a las bestias para desvanecer partes de sus cuerpos sin las cuales estas morían. Hacerlas desaparecer enteras habría consumido mucho Éter.
Gallo decidió incendiar solo las cabezas de los lobos-araña. De esta manera no se convertirían en monstruos de fuego y podría causar el mayor daño gastando la menor cantidad de Éter posible. Si bien las bestias caían varios segundos después de comenzar a arder, Gallo podía atacar a una distancia considerablemente mayor de la que necesitaban León y Panda.
Por otro lado, Carnero quitó su voluntad de los ahora inservibles golems y en su lugar dio movimiento a los árboles del bosque, los cuales comenzaron a cruzar la pradera que separaba el bosque de la ciudad al mismo tiempo que se deshacían de los lobos-araña con latigazos de sus ramas y raíces. Una vez llegaban al límite de la ciudad se entrelazaban entre sí, formando una muralla.
-Eso va a detenerlos por un rato -dijo Carnero mientras los árboles seguían alineándose. El bosque entero parecía estar marchando hacia Delaran para protegerla-. León, necesitamos avisar a los demás -Carnero comenzó a luchar también, usando su sigilio cinético arrojaba a las bestias entre ellas-, encuentra a Mariposa.
León asintió. La velocidad mejorada y su habilidad para atravesar cualquier obstáculo que se le presentara lo hacían el más apto para llevar el mensaje. A pesar de detenerse un par de veces para ayudar a ciudadanos que eran atacados por las criaturas, llegó en pocos minutos a donde se encontraban los otros cinco miembros de La Mascarada, rodeados del ejército delariano... Si quería encontrar a Mariposa en aquel mar de soldados iba a tener que pasar por ellos primero.
-Bien -dijo el Padrino en medio del campo de batalla, aún ignorando la situación de afuera-, si cada uno se encarga de veinte mil...
-¡Fuego!
Dodo rápidamente disminuyó la gravedad a su alrededor para hacer que el grupo se eleve en el aire y evite las balas.
-¡León está ahí! -señaló Búho flotando en el aire.
Los soldados volvieron a disparar. Esta vez Mariposa transportó al grupo a uno de los techos.
-Tenemos que separarnos -indicó ciervo.
-Yo voy por León -dijo Mariposa.
Dodo surcó el cielo, siendo blanco de varios disparos, pero bloqueándolos todos con su sigilo. El sigilo de Búho tenía como efecto el incrementar sus reflejos, por lo que podía acercarse a los soldados evitando las balas con facilidad y luego vencerlos en combate mano a mano, aunque solo por las obvias ventajas que tenía sobre ellos. Ciervo, por otro lado, se mantenía oculta, metiéndose por varios callejones y saltando sobre los techos, y trataba de llegar al general, sabiendo que sin él, el ejército probablemente detendría su ataque. El Padrino levantaba y movía muros usando tanto el asfalto de las calles como el cemento de las construcciones circundantes para atrapar a los soldados en callejones sin salida alguna.
Mariposa estuvo al lado de León en un parpadeo.
-Hay criaturas atacando la ciudad -le dijo este último alarmado.
-¿Las dimensiones?
-¡Sí! Avisa a los que cuidan las otras puertas, diles que dejen entrar a los ciudadanos.
-Está bien. Espérame acá, ya vengo.
Mariposa desapareció y reapareció en menos de medio minuto, con su objetivo cumplido. Luego agarró a León del brazo y lo llevó hacia donde estaba el Padrino. Rápidamente le comunicaron la situación a los otros miembros también, pero aún tenían que terminar con el ataque del ejército.
Una vez más, Mariposa desapareció, ahora con la arriesgada intención de traer al general, pero no sería sencillo.
En cuanto estuvo detrás del imponente hombre, este volteó y la tumbó rápidamente, entonces tuvo una docena de rifles apuntándole a la cabeza. Logró regresar justo a tiempo, pues oyó como las balas chocaban contra el piso sobre el que ella había estado.
-Se me acaba la paciencia con estos hombres... Yo te acompaño, Mari -se ofreció el Padrino.
Una vez volvieron a estar con el general, el Padrino fundió los cañones de todas las armas con las que les apuntaron, incluyendo el gran revólver del general, lo que le dio suficiente tiempo a Mariposa para agarrar a este último y regresar los tres juntos con el resto del grupo.
Dodo elevó al general en el aire para privarlo de cualquier acción.
-Su gente está muriendo allá afuera -le gritó el Padrino enfadado.
-¿De qué hablan?
-Mari, llévalo a ver lo que está sucediendo afuera.
En las afueras de la ciudad, el general vio horrorizado las grotescas criaturas que comenzaban a invadir la ciudad y a los otros miembros de La Mascarada esforzándose por detenerlas.
-De... de acuerdo -al general le tomó un instante recuperar la voz una vez hubo regresado-. Trabajemos juntos. Ordenaré el alto al fuego.
Los soldados cesaron su ataque y escucharon a su general, quien ya había acordado el curso de acción con La Mascarada.
-Soldados, diríjanse al perímetro de la ciudad, ataquen a toda criatura hostil y protejan a nuestros ciudadanos a toda cosa. ¡En marcha!
Los soldados se apresuraron en cumplir las órdenes y trotaron hacia donde se les había indicado.
-Mari, por favor trae a los demás miembros de La Mascarada -pidió el Padrino-. Vamos a necesitarlos a todos para hacer nuestra parte.