8.07.2012

Retribution

Vaz salió de su pequeña, solitaria calle para enfrentarse a la avenida que la intersecaba. Cuatro ruidosos hombres de entre veintidós y veintiséis años caminaban riendo y vociferando amenazas a cada peatón con el que se cruzaban. Vestían imitaciones baratas y gastadas de ropa de marcas caras y tenían un aspecto que resultaba repulsivo por instinto. Sus burlonas expresiones faciales eran de esas que te gustaría borrar de un puñete.

Caminaron en dirección a Vaz, pero sin cortarle el paso. Uno de ellos metió la mano en su casaca crema y amenazó con dispararle si no le daba su celular y su dinero. Los otros tres tenían una amplia mueca en la cara, bastante parecida a una sonrisa, y uno de ellos le puso la mano en el hombro, no para detenerlo, ni siquiera puso fuerza, solo le puso la mugrienta mano ahí. Vaz sacudió el hombro para deshacerse de él y siguió caminando, ignorando al tipo que lo había amenazado. Los sujetos también siguieron caminando, soltando carcajadas.

Probablemente sí tenían armas, no solo el que lo amenazó, sino todos ellos. Pero no habían salido a 'trabajar', sino a aterrorizar, a joder, a marcar su territorio, a divertirse. Sentían que la zona les pertenecía, que tenían el poder y solo estaban demostrando que así era, pues nadie los había detenido; incluso algún que otro transeúnte tembloroso se había vaciado los bolsillos a penas había oído la amenaza, y ellos solo habían estallado en risas.

Vaz entrecerró los ojos y se detuvo. "No pueden pavonearse de esa forma por las calles ¿Quiénes se creen que son?" dio media vuelta "Saben que no pueden asaltar a esta hora, cuando los policías están en las calles, pero planean hacerlo más tarde. Diría que su historial no debe de limitarse solo a robo a mano armada. Por su comportamiento, me imagino que han repartido golpes a montones, que han forzado a cuanta mujer han querido, me atrevería hasta a decir que le han metido un par de balas en la cabeza a quien haya amenazado con causarles muchos problemas" mantuvo el cuerpo quieto como una roca y la mirada fija en el hombre que lo había amenazado. "Mierda como esa no merece vivir" el aire a su alrededor pareció vibrar por una fracción de segundo.

El hombre de la casaca crema se detuvo de repente, apoyó una mano en la rodilla y se llevó la otra al pecho mientras sus ojos se desorbitaban, sus dientes chirriaban y un gemido ahogado salía de su garganta. A sus compañeros se les borró la sonrisa cuando se volvieron hacia él y lo vieron tirado en la vereda. Se arrodillaron a su lado y lo sacudieron y le gritaron, pero el hombre ya no tenía pulso, solo una deforme mueca de dolor inmortalizada en el rostro. Entonces, uno de los hombres levantó la mirada lentamente y se quedó helado de horror, los otros dos le siguieron. Vieron la media sonrisa sombría del joven que se había quedado mirándolos.

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