6.02.2013

Decadencia

Abrió el refrigerador a las tres y media de la mañana. No se molestó en prender la luz de la cocina ni ninguna otra. Ya se había acostumbrado a las madrugadas, y la luz del electrodoméstico era todo lo que quería.

Sacó una caja de leche y un paquete de galletas. "Sí, voy a comer algo" recordó lo que le había dicho a su amigo. "Sí, claro, si es que esto puede llamarse comida". Bebió la leche de un vaso y comió las galletas. Se limpió la boca con la mano y, junto a las migas y la leche, salió algo de maquillaje. Se había vuelto una experta en usarlo para ocultar las ojeras. Lo necesitaba.

Dejó todo donde estaba y subió al segundo piso tan rápido como sus escasas fuerzas se lo permitieron. Tenía que aprovechar las dos horas y media de sueño que le quedaban. Mañana sería un día bastante cansado. Comenzaría a dar exámenes a las siete de la mañana y terminaría casi a las seis.

"Estoy tan... tan...". Se desplomó poco antes del último escalón. Una hora después, recobró el conocimiento, pero no se levantó. Estaba tan enferma de ella misma. Mantuvo los ojos entreabiertos, sin ganas de levantarse.

No lloró, porque no estaba triste. No gritó, porque no estaba desesperada. Y no renegó, porque no estaba molesta. Estaba acostumbrada.

No hay comentarios: