9.28.2014

One thousand sleepless nights

Como el sol asando el metal a su costado. Así se aferraba él a ella, abrasándola, abrazándola. Es una escena en clave alta, la luz revienta en el piso y nada les hace sombra. Podrían ser confundidos con estatuas de arena sentadas en el piso.

Entonces él se mueve. La suelta para apoyarse en la pared y recuperar aliento. Extiende la garganta hacia el cielo y las gotas de sudor caen por su cuello brillantes.

-El sol nos va a matar. Tal vez no a nosotros, pero, un día, nuestros descendientes van a morir en su explosión.

Ella levanta la cabeza de entre las rodillas, lo mira con ojos desorientados. Su cabello húmedo se mueve aletargado. Logra hacer foco en las gotas de su cuello y le parecen pequeños diamantes. Por un segundo imagina un collar.

-¿Cuánto tiempo ha pasado? Necesitamos agua.

Él se siente cansado, pero al menos no pierde la lucidez; ella se encuentra peor. Ella siente el fuego ramificarse por su cabeza, clavando raíces y adentrándose en sus pensamientos. Busca las manos de él para mantener su vínculo con la realidad y las aprieta con fuerza una y otra vez.

Vuelve a abrazarla.

"Ciudad desierta" había dejado de ser una metáfora para convertirse en la descripción de aquel lugar. Y, tal vez, el sol sí iba a matarlos aquella misma tarde.

Él se levanta con esfuerzo, pero para ella es imposible. Camina lento y encorvado hacia el condensador de agua improvisado, esperando que las ramas marchitas del arbolito hayan podido producir algo de agua desde hace una hora.

Al acercarse, ve cuatro gotas gordas. Retira el plástico de la planta y se apresura a escurrirlo en la boca de su compañera. Ella siente extasiada cada gota sobre su lengua y, al final, consigue energías para abrir los ojos y sonreírle. Él toma su cabeza entre sus manos, con cuidado, y se dan un beso seco y áspero.

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