3.16.2017

The Crows

Un lazo de cuerda cae al piso, al lado de las pezuñas de un joven ciervo. El animalillo mira la cuerda, levanta la vista hacia quien la lanzó, ladea la cabeza hacia un lado, y, en medio segundo, ha desaparecido entre el follaje y las sombras de la noche.

Una joven mujer, sobre un caballo, suspira a lo lejos. Ríe antes de hablar.

-Eres una vergüenza para nuestro Señor, Balthazar.

Balthazar, tan joven y bello como su acompañante, jala el lazo de vuelta a sus manos.

-Nuestro Señor, déjame recordarte, Amelia, valora más la instrucción que la burla.
-Nuestro Señor también valora el postre, el cual no tendremos esta noche. -Vuelve a soltar una risita- Pero no te preocupes, yo atraparé uno por ti. Solo porque es tu cumpleaños.

Balthazar sonríe y pone los ojos en blanco antes de entregarle el lazo.

La caza siempre es divertida, ya sea que la presa sean humanos o ciervos. Claro que cada una requiere de un método distinto.

Los humanos, al ser criaturas sociales, deben de ser cazados socialmente. Balthazar suele ir a uno de los bares más concurridos de la ciudad y le compra un trago a la chica más insegura de la noche. Ella piensa, lo analiza, su sexto sentido le dice que algo no está bien con él. Pero nunca le habían comprado un trago; mucho menos alguien tan apuesto como él. Sabe que puede no estar bien, pero ella quiere que esté bien, así que se acerca y logra ver su sonrisa de éxito. Balthazar se relame los labios mentalmente. Ella hace su mejor intento de una sonrisa sexy y ambos ríen. "Se suponía que eso fuera sexy, ¿verdad?". Ella se ruboriza. La verdad es que ese comentario le ha molestado, pero no quiere alejarse del apuesto extraño. No puede. "Sí, supongo que sí". Balthazar la mira como si estuviera descubriendo algo maravilloso en sus ojos; ha practicado tanto esa mirada que a veces hasta confunde a Amelia con ella. La chica desvía la mirada, se siente incómoda y alabada al mismo tiempo, es como si tuviera chispasos eléctricos en la cabeza. Mira a su alrededor buscando qué hacer o qué decir, pero, justo cuando se le ha ocurrido la frase más ingeniosa de su vida, el extraño ya va camino a la puerta. Y, antes de salir, la mira por sobre el hombro con la misma sonrisa de antes. Ella lo sigue.

Al día siguiente, la chica despierta en su cuarto, completamente vestida y sin ningún daño aparente. A excepción de dos pequeñísimas cicatrices en el cuello, que al cabo de un par de horas más habrán desaparecido por completo. ¿El extraño de la noche anterior? Olvidado.

Los ciervos, por otro lado, requieren olfato, sigilo y velocidad. Amelia se baja de su caballo a una distancia prudente y deja que su nariz la guíe a la ubicación exacta del animal. Una vez ubicado, mide cada paso y evita tocar siquiera una sola hoja. Afortunadamente, el sonido de la respiración no es un problema para los vástagos. El lazo corta el aire nocturno y atrapa al ciervo. Amelia muestra una sonrisa arrogante.

-Así se hace, hermanito.

En la mesa, los ojos suplicantes del ciervo están fijos en los de Balthazar. Amelia intenta hacer conversación para distraerlo, pero finalmente admite lo evidente.

-Aún les tienes lástima, ¿verdad?
-Es diferente. Ellos sí... mueren.
-Has estado treinta años con nosotros, Balthazar...
-Y tú solo has estado 43 años conmigo, Amelia -interrumpe Eloy, el Señor de ambos. A pesar de su posición por sobre los dos chiquillos, solo aparenta unos cinco años más que ellos. Fue convertido alrededor de sus treinta años, y ha mantenido esa apariencia durante los doscientos siete siguientes-. No eres exactamente la más adecuada para criticar la juventud de Balthazar. Balthazar, el ciervo no tiene que morir. -Mira a cada joven- Solo un trago cada uno.
-Solo porque es su cumpleaños...

Balthazar sonríe. Sabe que Amelia lo quiere lo suficiente como para hacer caso aunque no estuvieran celebrando.

Poco después, los tres vástagos van a la puerta de la mansión a liberar al ciervo, que corre aterrado en el instante en el que sus patas tocan el pasto. Los tres lo admiran mientras se aleja. Sienten la misma mezcla de fascinación y melaconlía por la vida. Reconocerse muerto trae consigo una sensación extraña que nunca terminan de aceptar; solo pueden acostumbrarse a ella. Lentas memorias de la vida, del sol, comienzan a llegar a sus mentes, pero se disipan inesperadamente por un mensajero.

-Se encuentra en la propiedad de Eloy Ackard. Identifíquese ahora mismo.

El mensajero viene a pie, con prendas de cuero ceñidas y una capucha negra que desliza hacia atrás, revelando su rostro pálido y el largo cabello plateado que lo enmarca.

-Así que era cierto que el señor se compró una mansión.
-¡Rowen!

Eloy ha abrazado antes a sus chiquillos, pero verlo abrazando a alguien es, aún así, extraño para ambos. Rowen suelta a su viejo amigo y mira a los jóvenes.

-Y dos chiquillos... Yo tengo uno. Tal vez se conozcan... Espero -la preocupación es evidente en su mirada-. Eloy, quisiera haber venido a traer buenas noticias, o al menos simplemente a conversar.
-Entiendo. Vamos adentro, viejo Cuervo.
-No tan viejo. Los Cuervos se reúnen, Eloy.

Los cuatro vástagos regresan al interior de la mansión.

-Nos reunimos.

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