11.29.2016

You call me a stranger

La segunda vez que se encontraron fue poco después de que nuestro mundo hubiera acabado.

No corren. Correr sería muy obvio y ocasionaría que ellos también lo hagan. Es mejor intentar perderlos cuando aún creen que tienen el factor sorpresa de su lado.

Sin embargo, los cazadores son experimentados. No corren, correr sería muy fácil. Es más divertido atraparlos cuando creen que crees que aún tienes el factor sorpresa de tu lado. Y, la verdad, es que sí lo tenían: un factor sorpresa en cada posible ruta que los hubiera sacado de aquel bloque de edificios. Evidentemente, el único camino sin vigilancia sería el que los lleve al temido callejón sin salida.

A la joven familia de tres se les concede algunos segundos para admirar la pared que se eleva pocos metros frente a ellos. Entonces, los cazadores hacen su entrada lenta y confiada.

-Para darles algo de crédito, fuimos necesarios cuatro de nosotros para acorralarlos.

El padre, un joven atlético y completamente dispuesto a pelear, voltea con violencia, pero se encoge al ver el arma de fuego apuntando no hacia él, sino hacia el pequeño de tres o cuatro años, quien, a pesar de no comprender completamente, tiene una buena idea de lo que sucede a su alrededor: estos son tipos malos, como el Gobernador o Negan de The Walking Dead. El problema es que él no es Daryl, aunque le gustaría serlo en ese momento, ni mucho menos tiene una ballesta con la que hacer entrar en razón al grandísimo hijo de puta que apunta su arma hacia él, él, un niño de cuatro años. O tal vez tres.

La madre empuja a su hijo detrás de una pierna sin quitar la mirada desafiante del cazador con el arma. Una mirada muy parecida a la del pequeño, se da cuenta el cazador; la diferencia es que el niño no lo está desafiando, sino disparando ya, en su mente, la cuarta flecha de la ballesta. Sí, el niño de cuatro años.

-Guapos -dirigiéndose a los dos hombres detrás de él-, ocúpense uno de cada uno.

Los dos cazadores comienzan a amarrar las muñecas de los padres en sus espaldas. A medio nudo, los tres se dan cuenta:

-¿Dónde está el imbécil de...

El imbécil de su compañero (o simplemente su cuerpo) cae encima de él desde los cielos. Probablemente le rompe el cuello con el impacto, aunque nadie se siente con tiempo como para acercarse a comprobarlo. Los dos cazadores restantes desenfundan sus automáticas y apuntan hacia arriba, de donde cayó el imbécil muerto. Por otro lado, a sus espaldas, cae otro cuerpo, aunque este está vivo y definitivamente no es un imbécil. Llegamos a esta conclusión debido a que los muertos no apuñalan a un cazador de hombres en la nuca, y los imbéciles no saben cómo desarmar a un hombre que intenta dispararte con una automática, aunque tal vez podrían hacer la parte del apuñalamiento frontal.

Fueron diez segundos que el pequeño, para su mala suerte, no pudo ver gracias a la mano PG-13 de su madre. No es que no hubiera entendido qué pasaba, pero quería verlo. ¿Era justo que le dejaran ver The Walking Dead pero no esto? Al menos ahora podía ver a... No, no lo llamaría Daryl porque él quería ser Daryl, pero supuso que sería justo llamarlo... ¿Rick? La verdad era que el tipo que los había salvado no se parecía en nada a Rick: llevaba una bufanda azul a cuadros que le tapaba el rostro como a un bandolero, pero tenía los ojos jóvenes. Cansados, pero jóvenes.

Aquellos ojos sí los reconoció la madre.

El niño se soltó de su madre y se acercó a aquellos ojos cansados.

-¿Quién eres?
-Simón -interrumpe la madre-, él es...
-Soy un superhéroe.

Simón ríe.

-Los superhéroes no existen.
-Bueno, entonces solo un héroe.
-¿Cuál es tu nombre de héroe?

Los ojos cansados se posan pensativos por unos segundos en los del niño, encendidos de energía.

-Blue.
-¿Plu?

Arrugas de risa se forman alrededor de los ojos de Blue. Luego se dirigen hacia la madre y se acercan a ella.

-Acaba de descubrir que hay malas personas. Deja que sepa que también hay héroes.

Una vez más, sabe que quiere abrazarlo.

El padre lo mira como si hacerlo durante suficiente tiempo le fuera a permitir ver a través de la bufanda. Tiene una fuerte sospecha de quién es y se le ocurre cómo confirmarla.

-Gracias... Gracias también por las vacunas.

La voz de Blue al decir "de nada" suena como si viniera de una sonrisa. Se acerca al pequeño y se pone a su altura.

-Cuídalos por mí, Simón.

El niño de cuatro años sonríe y agita su mano para despedir a Blue mientras se aleja.

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