3.15.2011

This is where you get to know me a little bit better.

El Padrino caminaba por los pasadizos subterráneos del hospital psiquiátrico abandonado con un antiquísimo libro en manos.

Este lugar logró quedar en pie luego de La Gran Catástrofe, pero fue olvidado y el bosque lo comenzó a envolver poco a poco. El Padrino lo encontró y junto a La Familia lo restauraron y convirtieron en su centro de reunión. Sin embargo, solo La Mascarada lo habitaba. El resto de miembros solo iban para educarse en el arte mágico y cuando eran convocados para alguna ceremonia, como la de aquella tarde.

El libro que El Padrino tenía en manos era El Libro de Hécate. Este contenía todo lo que su autor, varios siglos atrás, había recopilado sobre la teoría mágica a lo largo de su vida. Llegó a sus manos cuando él era nada más un adolescente. Tuvo que aprender griego para descifrar el libro y, cuando descubrió lo que decía, decidió no traducirlo, sino leerlo tal cual; decidió creer en las palabras del libro; decidió estudiarlo incansablemente sin perder la esperanza de que el ansiado día llegaría.

El Padrino puso el libro sobre una mesa metálica y abrió la primera página, la página que había leído por primera vez hace tantos años y que lo comenzó todo.

"Soy Hécate, conocida como la diosa de la magia, brujería, la noche, la luna, los espíritus y la necromancia. Sin embargo, soy una simple humana, pero que ha adquirido, junto a otros que también se hacen llamar dioses, conocimiento sobre la magia. Somos todos hechiceros.

No estamos seguros desde cuándo, pero en un determinado momento nuestro mundo chocó con otro; fue un choque leve, casi un roce, pero permitió que la magia, aparentemente natural de aquel mundo, fuera posible en bajas proporciones en el nuestro, con lo que se nos permitió realizar hechizos simples, pero suficientes para ganarnos el lugar de deidades entre los ignorantes, quienes se encargaron de crear mitos y leyendas sobre nosotros.

Eventualmente ambos mundos se volvieron a separar y nuestra magia quedó inservible. Sin embargo, considero la posibilidad de que en el futuro otro choque ocurra, tal vez uno de mayor magnitud con consecuencias que no me atrevería a predecir, a excepción de una: la posibilidad de realizar hechizos avanzados.

En este libro no solo documentaré mis avances en el campo de la magia, sino que exploraré algunos de los infinitos hechizos que serían posibles de estar disponible magia avanzada.

Hécate"

-Seremos como dioses... -dijo El Padrino para sí mismo.
-Y tú, nuestro líder, ¿verdad? -Félin había estado detrás de él.
-¿No te parece justo? -no mostró sorpresa- Todo esto es posible gracias a mí. Además, La Mascarada es como un concejo; las decisiones son más nuestras que mías.
-Nunca dije que estuviera mal -comenzó a pasearse por el lugar-. ¿Qué vas a hacer con el libro?
-Nos ha servido mucho, pero ya no nos puede enseñar más. Lo esconderé para proteger su contenido. A partir de ahora estamos por nuestra cuenta.
-O sea que vas a seguir haciendo planos que no podrás realizar, cual Da Vinci... -dijo en broma. El Padrino rió.
-Félin, pequeña Félin -se acercó-, nuestro día llegará -terminó acariciando el cabello castaño por sobre la máscara de gato.
-No tienes ningún inconveniente en que te acompañe mientras escondes el libro, ¿verdad?
-Claro que no, confío en ustedes como en mí mismo.

El Padrino puso el libro dentro de una caja fuerte, la cerró y la empujó por un profundo pozo cavado hace tiempo.

-Además, ni aunque quisieran lo podrían sacar -rió.
-Pendejo -rió también.
-Vámonos de acá.

Llegaron al segundo piso y se dispusieron a ir a sus respectivos cuartos, pero un temblor los detuvo. Comenzó suave, como un murmullo entre las placas de la tierra, y se fue haciendo más fuerte conforme los segundos pasaban. Se convirtió en un rugido terrestre y permaneció así durante muchos segundos más; su magnitud no crecía, pero su duración se alargaba de forma innatural.

Los demás miembros de La Mascarada salieron de sus habitaciones tal y como estaban, en pijamas y sin máscaras.

-¿Cuánto va? -preguntó Lobo después de un rato.
-¿Diez minutos? -trató de adivinar Mari.
-Más como quince -dijo Gallo mirando su reloj de pulsera.

El Padrino se dirigió a la ventana del pasadizo que daba hacia Delaran. Se quitó la máscara lentamente y una gran sonrisa de regocijo se vio en su rostro ante lo que veía. Delaran, la ciudad que nunca dormía, estaba en completa oscuridad apenas a la medianoche.

-Señoritas, caballeros... ha comenzado.

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